Cuando la vida real deja de interesarnos

Verónica Vega

HAVANA TIMES — Hace tiempo acumulo más y más la sensación de que los medios incitan a subvalorar la vida. Incluso en Cuba.

Videojuegos interactivos donde las fantasías más imposibles “parecen” practicarse. Videoclips de vertiginoso ritmo que no describen el ritmo objetivo, al menos de nuestras ciudades pero sí muestran cuánto se ha recrudecido la velocidad del pensamiento, cómo, a pesar de nuestra pobre tecnología y general ausencia de internet también alcanzamos altos índices de estrés.

Actitudes de las adolescentes que evocan claramente a las cantantes de moda. Estas, por cierto, parecen sacar su arsenal de sensualidad de una misma escuela: los mismos gestos, las mismas poses clichés de víboras sexuales.

Siempre los medios han dictado las modas e influido en el gusto de los jóvenes, pero la pregunta que me surge es cuánta felicidad se deriva al consumir más y más materiales que distorsionan las dimensiones de lo real para hacerse atractivos. ¿Y cuándo se regrese al mundo real?

Se circulan audiovisuales de deportes extremos, récord Guiness, programas de participación donde el sensacionalismo acude hasta a la obscenidad y la escatología… Incluso para las amas de casa hay plagas de series o telenovelas con las que “escapan” de sus propias vidas viendo el confort de que goza la clase media (y personajes invariablemente atractivos, a cualquier edad).

Este desdén por la realidad, deduzco, influye en los gestos, también trillados, que se reproducen alarmantemente, no sólo en los jóvenes y cuya finalidad apunta a una agresividad impostada, a demostrar que: “Nada me afecta, estoy por encima de cualquier fragilidad”.

Cuando veo documentales o películas de los años 80, me sorprendo al notar la diferencia en los rostros, en la expresión, también entre los cubanos: destilan más naturalidad y candidez.

No me engaño hasta el punto de creer que éramos mejores que ahora pues de esas mismas generaciones, por ejemplo, surgieron los ejecutores de los actos de “repudio”  contra los que tuvieron la honestidad de admitir que estaban descontentos en Cuba y querían emigrar.

Pero siento que algo se ha perdido. Algo que no llegó a darnos el socialismo ni nos dará esta invasión mediática capitalista (oficial o clandestina).

Es cierto que los extremos se tocan. Y en la multiplicidad de expresión capitalista veo los mismos rasgos de lo construido, de lo fabricado, que tanto nos alejó en el pasado de la vida con la invasión de lemas, vallas, furiosas consignas. Al final, todas son directrices que pretenden monitorear el pensamiento, crear necesidades no tan necesarias: ideológicas, materiales, qué más da.

Entonces pienso en que me gustaría ver (de aquí y de “allá”) más programas que muestren cuán simple puede ser la vida, y cómo los mayores acontecimientos sólo lo son para uno y sólo ocurren en el interior, sin testigos ni aplausos. Y cuán maravilloso puede ser esto.

Cómo no es preciso ser agresivo para seducir y que la sensualidad tiene infinidad de posibilidades. Que la vida sigue siendo un reto incluso para los de la clase media y hasta para los millonarios (quienes también sufren dolor, soledad, envejecimiento y muerte), y para todos los que pregonan  fórmulas de acceso a la felicidad.

Cuánto pueden costar las sonrisas ante las cámaras y la (efímera) esplendidez de l@s supermodelos.

Cuánto valor duradero tiene ser un “superhumano”, por ganarse el mote de Spiderman al escalar un rascacielos o por tocar más rápido que ningún otro músico “El vuelo del moscardón”.

Como me gustaría que me recordaran que la fragilidad es lo que nos hace humanos, y que cualquier competencia es absurda pues cada individuo es único y las experiencias (de placer o dolor) son intransferibles.

Que la existencia, a estas alturas del progreso, sigue siendo el mayor de los misterios. Y que la única libertad verdadera es nuestro derecho y riesgo (también individual e intransferible) de recorrerla.  Sin fórmulas, sin superpoderes, sin consignas.

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