Una boda y damas de blanco

Rosa Martinez

Boda en Cuba. Foto: Caridad

HAVANA TIMES, 20 mar — Todo el mundo sabe que en una boda el vestido más reluciente es el de la novia. Es por esto que, según la tradición de muchos países, las invitadas no deben usar nunca vestidos blancos o de tonos claros, para no opacar a la que contraerá matrimonio.

En Guantánamo, por el contrario, es tradición llevar el mismo color del traje de la novia; quizás sea porque de todas formas nadie lucirá más bella que esta.

Siguiendo la usanza guantanamera, una amiga y yo, decidimos usar vestidos blancos y cortos,  dirigirnos hacia la catedral guantanamera, ubicada, como todas las del país, en el centro de la ciudad, para participar en la ceremonia nupcial de una prima.

El día anterior habíamos acordamos vernos en su casa, y desde allí dirigirnos hacia la iglesia.

Las dos íbamos completamente de blanco, desde los zapatos hasta los adornos de cabeza, por lo que no me sorprendió que más de uno nos preguntara si íbamos a casarnos. Lo que si no me esperaba es que un vecino me dijera: “Ten cuidado, puedes tener problemas”.

No entendí sus palabras, pero estaba tan feliz por el acontecimiento que no intenté averiguar qué quiso decir.

Esperaba que alguna que otra persona se fijara en nosotros, pero no que nos miraran como si fuéramos extraterrestres o lleváramos alguna marca diabólica en nuestras caras.

¿Por qué nos miran tanto?, preguntó intrigada mi compañera.

-No cojas lucha, son unos incultos que no están acostumbrados a ver la gente vestida elegantemente, le dije. No obstante, observé bien su cara por si tenía algo extraño, también miré detalladamente su espalda por si le colgaba una etiqueta o alguna otra cosa rara; le pedí que hiciera lo mismo conmigo y ninguna de las dos encontró nada que pareciera cómico o fuera de lugar.

Entramos a la iglesia intrigadas, pero allí nos olvidamos  de las miraditas suspicaces.

No fue sino hasta cuando regresamos a nuestras casas que comprendimos lo que sucedía. Detuve un taxi particular para que nos llevara de regreso a nuestro barrio, cuando nos llevamos nuestra última sorpresa.

No puedo llevarlas, disculpen- dijo el taxista.

Pero, ¿por qué?, le inquirí. ¿Está alquilado?

No, no estoy alquilado, pero no monto Damas de Blanco en ni carro, no quiero problemas, contestó.

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