Rosa Martínez

Foto: Neyette Cabrera

HAVANA TIMES – Los que siguen mis posts –espero que no sean pocos- deben saber que vivo en un suburbio  de la ciudad de Guantánamo, la quinta más poblada de Cuba.

En los países desarrollados , al menos los de habla inglesa, vivir en un suburbio es el sueño de mucha gente, pues son lugares tranquilos, alejados del bullicio de la ciudad, y las casas –inmensas  y lujosas-  están distantes unas de otras, así que no hay que soportar a importunos vecinos.

Pero en Cuba, un suburbio es todo lo contrario: son los barrios mas pobres de cualquier capital provincial, la población que allí habita, en su mayoría,  son personas negras o mestizas y de bajos ingresos, las casas están en mal estado en un gran por ciento, las calles no están pavimentadas y, en algunos casos, no existe ni desagüe para las aguas albañales.

En cuanto a la gente, se caracterizan por llevarse bien -demasiado diría yo-, lo cual es bueno y malo, porque –por más que lo desees- nunca te sientes solo, siempre hay alguien preocupado por ti y dispuesto a ayudar, pero también demasiados entrometidos tratando de controlar o averiguar tu vida.

Aunque por lo general  estás rodeado de gente de muy buenos sentimientos, muy humanos y solidarios, también tienes que lidiar con el  bajo nivel cultural, traducido en algunos casos de violencia, especialmente de género, aunque también existe infantil.

Para darles una idea más clara de donde vivo desde que nací, les tengo un ejemplo excelente: Jorgito, es un vecinito de la casa de al lado, como decimos en buen cubano, vive pared con pared.  Es un niño muy tranquilo y educado. Pero ser tranquilo y demasiado educado en las periferias no siempre es mirado bien, especialmente si eres varón.

Po esa razón, el pequeño de marras ha tenido más de un problema, porque otros más avivados y atrevidos han intentado abusar de él en alguna que otra ocasión.

La tapa del pomo ocurrió hace unos pocos días, cuando uno más pequeño que él le vociferó varias ofensas, después le pegó y se fue corriendo y Jorgito lo único que hizo fue llorar y llorar…

Su padre, cansado de que abusen de él, le dijo bajito -pero muy molesto- : “¿Eres hombre o qué carajo te pasa? A los hombres se les respeta, compadre. La próxima vez que alguien se meta contigo, te ofenda o te pegue y tú no hagas nada, te voy a caer a golpes como si fueras mi enemigo, vamos a ver qué es peor, si los piñazos de un muchachito igual que tú o los míos.

Jorgito salió de la conversación sin lágrimas, pero aquellas palabras calaron muy hondo en su alma. Imaginen que unos días después de aquella charla paternal, el niño mostró su valor, porque volvieron a provocarlo, pero en esa ocasión él respondió como hacen los HOMBRES de verdad: cogió un palo y le dio en la cabeza de su agresor…

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