El Colmo de la mala memoria

Rosa Martinez

HAVANA TIMES — Cuántas veces se han dicho a ustedes mismos que tienen mala memoria porque olvidan eventos o fechas relevantes como el cumpleaños de alguna persona estimada, o dónde guardaron algún documento importante.

Yo frecuentemente me digo que soy la persona más desmemoriada del planeta, olvido con facilidad hechos significativos y otros que no lo son tanto.

En una ocasión olvidé el cumpleaños de mi madre. Lo más curioso es que el día anterior pasé toda la tarde caminando por las tiendas buscando un regalo para ella.

En una ocasión guardé un paquete de caramelos para que las niñas no pasaran el día entero alimentando las caries; cuando quise buscarlo no lo encontré ni por arte de magia, pasaron meses para que pudiera encontrar lo que guardé con cuidado.

Las cosas que uso diariamente deben estar siempre en su lugar, de lo contrario parezco una loca buscando un par de zapatos en el refrigerador y unas pastillas en el librero.

Dice mi hermano menor que no tengo mala memoria, que lo que estoy es loca. Yo intento desmentirlo pero creo que él tiene razón, les cuento lo último que me sucedió y ustedes sacarán sus propias conclusiones.

Un día de julio tuve que llevar a una de mis niñas para el trabajo, porque la señora que la cuida durante ese mes vacacional estaba enferma. Decidí cargar con la menor, mientras mi esposo se llevó a Tania, que es más obediente.

Después de casi 5 horas en el trabajo decidí volver a casa, la niña necesitaba bañarse, descansar y dormir su acostumbrada siesta. Con esa intención salimos a coger algún transporte que nos llevara de vuelta, pero en el camino cambiamos de idea, nos quedamos en una de las principales áreas infantiles de la ciudad de Guantánamo: el parque 24 de Febrero.

En el parque la pequeña Giselle se olvidó del sueño, el cansancio y hasta del hambre, pasó largo tiempo jugando con una niña que conoció allí.

Mientras miraba a Giselle correr de un lado a otro encontré una amiga de la adolescencia que no veía desde que salí del preuniversitario. Conversamos durante una hora aproximadamente, nos pusimos al día de nuestras vidas y de cómo nos habían llevado los años.

Después de recordar la linda etapa de la adolescencia, las locuras que hicimos juntas y algunas caras y nombres olvidados decidimos despedirnos.

De camino a casa me encontré con un vecino que tiene un auto particular y me hizo la botella. Cuando llegué me aterró la pregunta de mi esposo: ¿dónde está la niña?

La niña, ¿cuál niña?, le respondí con asombro.

¿Cuál niña va a ser Rosa? Giselle, ¿donde está Giselle?

No le respondí. Salí volando en busca de mi vecino al que le pagué 100 pesos para que me llevara de vuelta al parque a recoger la niña.

Afortunadamente Giselle seguía jugando con su nueva amiga y creo que ni cuenta se dio que su madre se había olvidado de ella por unos minutos.

Tremendo susto me llevé, pero creo que la descarga que recibí fue mayor que el susto.

 

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