Rosa Martínez
En Cuba, cada fin de periodo lectivo -a principio de julio- igual que cada inicio (la primera semana de septiembre), es considerado una conquista de la Revolución.
Nadie duda de la gran cantidad de recursos que destina el Estado –según el Banco Mundial nuestro país está entre los que más invierte en Educación, cerca del 13 por ciento de su PIB- para que nuestros hijos accedan a una formación de excelencia, tengan uniformes, libros y otros materiales escolares, maestros y profesores, así como aulas con condiciones aceptables donde recibir las diferentes materias, y todo sin pagar un centavo.
Pero es muy lamentable que después de invertir cifras millonarias en uno de los pilares más importantes para cualquier sociedad, no se logre, por diferentes causas, el objetivo principal: una enseñanza de calidad.
Para ningún habitante de la Isla es un secreto que en medio de un ferreo bloqueo estadounidense, que sí existe, y otro interno, que muchas veces derrocha los recursos o los usa mal, cada vez es más difícil encontrar un local con las condiciones necesarias para que los educandos se sientan en un ambiente agradable, limpio, organizado, pintado, y con claridad.
A las dificultades materiales comunes de la educación cubana actual se suma el sacrificio de la mayoría de los padres que debemos comprar uniformes caros (los que da el Estado no alcanzan), calzado más caro aún, materiales para complementar con los que reciben gratuitamente, forros para libros y libretas, merienda, almuerzo y muchas otras necesidades relacionadas con la asistencia diaria a la escuela.
Cada año es un gran reto para los padres, a quienes no solo les toca la difícil tarea de inculcar a sus hijos las mejores costumbres y hábitos para que sean personas de bien, también tienen que llenar las lagunas que dejan algunos docentes que no están bien preparados o simplemente no tienen interés alguno en enseñar, y además, sumar gastos a unos bolsillos que cada vez están más deprimidos.
Pero si todo lo dicho anteriormente no bastara, vale mencionar, entonces, cuan escaso se va tornando encontrar en la actualidad a un maestro que sea educador de corazón y que disfrute estar frente al aula.
Los duros años de periodo especial cambiaron la mentalidad del cubano, y el personal docente, que ha sufrido los peores embates de una economía deprimida (con salarios insuficientes y nada que sustraer para vender por “la izquierda”), en ocasiones son apáticos y, en el peor de los casos, pueden hasta maltratar a sus pupilos.
Nadie sabe a ciencia cierta a dónde iremos a parar con tantas privaciones y deficiencias de todo tipo, pero de lo que sí estamos convencidos es que algo hay que hacer con urgencia para que la educación cubana sea nuevamente ese pilar necesario, formador de las nuevas generaciones.
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