Como un pichón…

Rosa Martinez

Foto: Glynis Shaw

HAVANA TIMES – Tengo un amigo de la universidad que era muy pobre cuando vivía en Cuba, creo que era el que peor situación económica tenía de todos mis compañeros de carrera. A penas se graduó, se escapó para Canadá, nación muy fría en cuanto a temperatura, pero caliente cuando acoger a extranjeros se trata.

Allí Raulito progresó rápidamente; de ser un pobretón en la isla caribeña, hijo de un simple gastronómico que vivía de 250 pesos mensuales, se convirtió en un trabajador de clase media en un país desarrollado, y el principal sustento de los padres y hermanos que quedaron atrás.

Con mi amigo conversaba una vez más que otra a través de la magia de Internet y de las redes sociales. Sentía mucha alegría por su progreso paulatino: matrimonio con amor, una casa-aunque no propia-, carro, trabajo estable, viajes de vacaciones a varios países y hasta nuevos estudios.

Pero de Cuba, qué podia decirle que ya él no supiera. Hablamos de política; de un bache famoso en su antiguo barrio que seguía ahí, en el mismo lugar y con la misma gente; de la deficiente economía cubana y los precios; de los recuerdos de la beca; de un antiguo amor,  y principalmente de la familia, de mi hijas…

Con el tiempo sentí que él no era el mismo, sé que es inevitable que la gente cambie cuando se muda a otra geografía, no por gusto existe un refrán muy cierto que dice que las personas piensan como viven. A pesar de unos pequeños cambios aquí o allá, seguíamos siendo muy buenos amigos y eso era lo único que importaba…

Pero un día acabamos hablando de salario –qué cubano, de fuera o de dentro, no sabe que no alcanzan ni para comer- y cuando le dije que la situación en Cuba estaba cada vez peor, especialmente en Guantánamo -la provincia más atrasada de un ya pobre país-me dijo así de simple: “Rosa, el problema es que los cubanos solo se quejan, pero en realidad la mayoría no hace nada para mejorar su situación económica”.

Aquellas palabras fueron como un rayo en medio de la noche, me enfurecí hasta las entrañas. Tuve que controlarme para no recordarle la veces que tuve que darle algo de dinero para que pudiera ir a su casa (estudiábamos en Santiago), porque lo que cobraba su padre no alcanzaba para darle siquiera ni para regresar un fin de semana al mes; casi le recuerdo que su papá siempre hizo mil inventos para que él y sus hermanos no murieran de hambre y apenas lo consigue; por poco le menciono su madre, que nunca trabajó en la calle, pero realizó muchas otras labores para sobrevivir, como por ejemplo  pasar noches y noches enteras cosiendo.

Pero en lugar de eso, pensé en todo lo que he tenido que inventar en mis 25 años de trabajo profesional estatal, porque mi sueldo nunca alcanzó: he vendido ron de manera clandestina, ropa de segunda mano o traída del exterior, he hecho duro frío, batidos y refrescos para expender de manera ilegal… He hecho eso y más para dar de comer a mis hijas o para comprarles un simple par de zapatos. Sé que no soy la única, miles y miles de cubanos buscan la forma de salir adelante trabajando y luchando, en ocasiones rozando con la ilegalidad en contra de su voluntad.

Y entonces me pregunto, de dónde CARAJO sacó mi amigo que nosotros lo único que hacemos es quejarnos.  Al parecer él piensa lo mismo que Lázaro Barredo, antiguo director del periódico Granma, quien dijo en una ocasión que los cubanos somos como pichones que esperamos que nos pongan todo en la boca…

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