Cinco años duros después del huracán Sandy

Rosa Martínez

Daños causado por el huracán Sandy el 25 de octubre de 2012. Foto: Ariel Soler/ACN

HAVANA TIMES — Qué difícil resulta realizar cualquier proyecto en mi amada Isla. Lo saben bien los cuentapropistas, los que comenzaron hace mucho y los que inician sus empresas ahora mismo; igualmente, los que deciden construir sus viviendas por esfuerzo propio, que ni siquiera con dinero en mano pueden conseguir todo lo que necesitan; pero quienes más lo sufrimos somos los de a pie, que con nuestros salarios apenas podemos mal vivir, mucho menos empeñarnos en otra empresa.

Desde que en 2012 el huracán Sandy -que casi destruye a Santiago de Cuba y causó severos daños en las provincias orientales- dejó mi casa temblando, pues arrancó casi todo el techo de la vivienda de a golpe, no hemos tenido respiro.

Lo más urgente, obviamente lo primero, fue reparar la cubierta, para la que afortunadamente recibimos la ayuda estatal que sufragó la mitad del precio de los materiales -tejas de fibro, clavos, cemento-, y permitió, además, que diéramos el resto a plazos, a través del Banco, todavía estamos pagando.

Después nos vimos en la obligación de adquirir olla arrocera, platos, cubiertos y vasos, entre otros, pues como la cocina se derrumbó, casi todos los utensilios de cristal y de otro tipo fueron destruidos al caer el techo sobre ellos.

También compramos un colchón nuevo, porque por más que intentamos reparar el que se mojó en medio del terrible fenómeno, no hubo Dios que le quitara el mal olor provocado por la humedad, sin mencionar que nos dijeron que aunque pareciera seco tendría bichos.

Han sido cinco años de muchas carencias, más de un préstamo bancario, inventos al margen de la ley para reunir dinero, y lo peor es que todavía nos faltan muchísimas cosas por solucionar.

Solo ha sido un lustro, que llamaría gris, por no decir negro. Solo mi familia y yo, especialmente las niñas, sabemos cuánto hemos tenido que sacrificar para avanzar un poco. Fin de semana tras fin de semana recluidos en casa, vacaciones enteras sin vacacionar; ropa y calzado, solo cuando no hay opción; hasta la alimentación se vio afectada de una u otra forma.

Fue un quinquenio extremadamente duro, pero ya acabó. Mi esposo y yo decimos NO más sacrificios extremos, lo que falta por mejorar o cambiar lo haremos más lentamente. Pero me pregunto, si con la soga apretada hasta casi ahorcarnos demoramos cinco largos años para hacer unas pocas cosas: ¡Dios mio, cuánto tiempo más pasará para que mi familia y yo podamos vivir decorosamente como merecemos!

 

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