Amor inocente a primera vista

Rosa Martinez

Ojos. Foto: Juan Suarez

HAVANA TIMES — Solo hay dos cosas en este mundo que me gustan más que las plantas, una, es contar mis historias, y la otra son los niños, especialmente los menores de cinco años.

Por lo que es común que cuando me encuentro con cualquier pequeño me deleite con sonrisas, mimos, y caricias.

Pero no siempre me conformo con un saludo a distancia, en ocasiones ofrezco algunas de las golosinas que cargo para mis niñas para aproximarme lo más que pueda y sentir bien de cerca a esos seres perfectos que muy pronto ya no lo serán tanto.

Nada alegra más a una madre o a un padre que saber que su hijo es agasajado y querido por los demás. Pero claro, siempre existen excepciones como la que encontré hace unos días.

Yo creo que aquello fue amor a primera vista, me enamoré de Luisito desde que lo vi. Sentí deseos de comerlo, cargarlo, morderlo y no se cuántas cosas más. Su olor suave fue una atracción fatal.

Pero mi pasión fue tal, que no pude esconderlo y a la madre, al parecer, le molestó. Me miró con mala cara desde que monté en el coche y le di la mano a aquel bebé de dos años más o menos, bello como nada en este mundo.

Comenzamos a mirarnos intensamente. Tal parecía que nos conocíamos de años. Él me sonreía y yo respondía de la misma forma; me tiró un beso y yo hice lo mismo; me dijo una jerigonza y yo le dije “eres bello”, no se si entendió bien, pero creo que si porque alzó los brazos hacia mí; no apartaba sus ojos y yo ya no sabía qué hacer.

La madre, celosa por aquel intercambio de amor, lo cambió de posición para que no pudiera verme, pero parece que él es como yo, un cabeza dura que no le gusta que le digan lo que tiene que hacer, así que se volteó y continuó jugando con mis ojos y regalándome las caricias más sinceras del mundo.

Hasta hoy recuerdo su olor, su mirada, su bella sonrisa. Lo más probable es que nunca más me cruce en su camino ni él en el mío. Quizás nos encontremos nuevamente cuando ya sea un adolescente o un joven, y lo más probable es que ya no me atraiga tanto, si es que logro reconocerlo.

 

 

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