Regina Cano
Caminar por las aceras de La Habana -en cualquiera de sus barrios- se ha convertido en un acto de malabarismo y no es por la cantidad de personas que circulan a todas horas.
El supuesto mantenimiento del urbanismo desde la regulación del tránsito vial ha traído una secuela, como todo aquello que se intenta regular con desgano y poco aprecio.
Cada señal vial que se renueva desde su aparente cimiento, deja en el cemento unos centímetros de base metálica o concreto (señalizaciones: pare, ómnibus y otras, que incluyen hasta las bases de cestos de basuras cambiados de lugar) que sobresalen por sobre el nivel de este.
Los tropiezos físicos de todo transeúnte entretenido o cegado por la semioscuridad de muchas calles habaneras al anochecer, hacen vigilar cada paso al andar.
Y gentes! Este hecho que aparenta ser anodino provoca los accidentes más inverosímiles.
Los tronchados tubos de señalizaciones añejas, nos asestan golpes difíciles de esquivar, provocando roturas irreparables: tropezones, caídas estrepitosas, dedos lesionados, zapatos estropeados, más gastos en la salud y cero responsabilidades.
Todos estamos expuestos al desagradable encuentro con estos gendarmes de la acera, que te detienen el paso de la peor manera, comparables -para el peatón- con las familiares roturas de las aceras o los agujeros en el pavimento que se llenan de agua o a algunas alcantarillas destapadas por reparación.
Obstáculos que aíslan de un transitar, que debiera al menos ser tranquilo, para quienes ya tienen bastantes preocupaciones diarias y solo pretenden correr en pos de solucionarlas.
Por supuesto, que nos discrimina, nadie quiere oír lo que está mal, todo el mundo…
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