Regina Cano
HAVANA TIMES — En las cercanías de las 5 pm de cada día, en el reconocido Parque Central de La Habana se realiza diariamente la “Cola de la Conciencia”*, llamada así por una mayoría trabajadora, quienes deseosos de llegar a su casa se sirven de ella después que la jornada de labor termina.
Hay una cola que permite acceder a los ómnibus de algunos centros laborales destinados para el transporte de sus empleados, con capacidad disponible para acoger a más pasajeros y con destino a los barrios radicados al este de la ciudad, pasando el Túnel de la Bahía de La Habana.
Esta “cola” tiene su antecedencia en una ubicada por años a la misma entrada del mismo Túnel y que surgió cuando la crudeza del Período de Crisis Económica (las ’90) nos movió de eje para siempre -para gracias y desgracias-, y que tuvo como precedencia el hábito de pedir botella (autostop: medio muy efectivo para aquellos que le tienen fe) en el último semáforo antes de que los autos pasen al otro lado de la ciudad y que aún se sostiene como hábito en ese lugar.
Este mismo estado de crisis fue el que conmovió la “conciencia” de algunos choferes o a sus jefes y/o algunos de los trabajadores transportados en esas mismas guaguas que pasaban vacías por delante de las narices de quienes no sabían a qué horas llegarían a sus casas.
Actualmente muchos trabajadores o no -generalmente alamareños y próximos a esta parada informal de ómnibus- se disponen a la espera días entre semana. Esperan en la cola con la paciencia que les otorgan las circunstancias, pues unos choferes siempre paran, mientras otros en valoración del tamaño de la cola y al parecer temiendo el abordaje, a veces desordenado, que haría sufrir a su mal mantenido vehículo, deciden acelerar la marcha.
Otros no conmovidos por los apuros de transportarse dejan a los coleros con las ganas y las angustias del que nunca sabe a ciencia cierto si una de ellas te recoja rumbo a tu destino, porque a pesar de algunas mejoras intermitentes, este siempre será un horario crítico.
Igual, las personas allí paradas sostienen la esperanza –que generalmente se cumple- de realizar el viaje de regreso a sus hogares a pesar de todo y en un corto horario de ocurrencia.
Así, y a pesar de que 1- algunos de estos vehículos combustionan más para adentro que para afuera, pues son antiguos y con pocas probabilidades de mejorarlos; 2- de que se viaja tan apretado como en el P-11, a diferencia de no tener que cazarlas corriendo de una esquina a la otra; 3- que algunos no tienen casi asientos, y que 4- los choferes hacen lo que mejor les parece y mantienen actitudes a veces hasta violentas en contra la arremetida de la gente para subir.
Los viajantes de la “cola de la conciencia” los esperan sin desfallecer y ¡tan felices! de viajar por el regreso pronto a sus casas, que no importa que las guaguas (omnibuses) sean de un estado deplorable.
Y así gentes! Con un “Dios me libre de coger el P-11” –según unos y de “Bueno! Mientras nos dure” -según otros, continúan haciendo la cola a diario.
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Nota: Cola de la Conciencia: Hay quienes les dan otros nombres ocasionales: de la buena voluntad o de la solidaridad, y así, pues apela al sentido humanitario del otro, a su conciencia, por su conciencia.
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