Reírnos de nuestras desgracias, algo que hacemos mucho los cubanos

Pedro P. Morejón

En las colas se habla de todo.

HAVANA TIMES – Cada tarde, al terminar el trabajo, me dirijo a la estación de ferrocarriles. Allí abordo, junto a cientos de transeúntes, un tren sucio, incómodo, lento, y por si fuera poco, rara vez sale en el horario oficial, porque cuando no está en revisión, están esperando al maquinista, o la locomotora presenta algún problema, etc.

Siempre existe un motivo, el cual casi nunca te informan. Por otra parte, imagino los esfuerzos que tienen que hacer los mecánicos para mantener y echar a andar esos trastes.

Lo común es esperar hasta una hora después para salir. Una vez dentro, solo tengo que viajar 14 km y aun así me parece una eternidad. No puedo imaginar si tuviera que permanecer durante las dos horas que dura el recorrido hasta el municipio de Los Palacios, su destino final, pero no hay muchas alternativas.

La otra que queda para los “de a pie”, que somos la mayoría, es peor: ir para la autopista a coger “botella”, como se dice en Cuba al hecho de pedir de favor que te transporten, o sea, eso de esperar por alguien que no quedó en recogerte.

Para empeorar la situación, el salón de espera lleva casi dos años en reparación, y la gente tiene que aglomerarse en un área pequeña, casi todos de pie. Durante ese tiempo los usuarios matan la espera hablando de todo.

En un día de esta semana me encuentro con más de lo mismo, como es de imaginarse. Unos jóvenes discuten de futbol. Entre ellos se hace recurrente las disputas sobre quién es mejor, si Cristiano Ronaldo o Lionel Messi, o entre los fanáticos del Real Madrid y los del Barcelona. Francamente me aburren.

Un grupo de señores hablan de la situación del país. La conversación llega a un tema que me llama la atención: El Caracol Gigante Africano.

Uno de ellos, quien al parecer está bien informado, explica que esa especie llegó al país hace pocos años, que se reproduce en abundancia, pues puede poner más de mil huevos al año, y ataca cualquier clase de cultivo, incluso, hace peligrar la salud de animales y seres humanos; que las autoridades están implementando las medidas necesarias para detenerlo y erradicarlo.

La mayoría del grupo está más entretenida que preocupada a causa del asunto. El señor bien informado les confirma los peligros.

-Esos animales son un plaga. Si llegan a un campo de tabaco, de maíz, de yuca, o de lo que sea, en una sola noche arrasa con todo y no dejan nada.

-¡Alabaosimisanto! Si un bicho de esos llega a mi vega no quiero ni pensarlo- exclama un campesino visiblemente preocupado.

El señor bien informado ratifica que no hay planta que se le resista, que lo devora todo.

-Me la juego que al marabú ni lo toca, porque con ese no puede nadie- dice otro, tirando el asunto a relajo.

-Hemos resistido por años una plaga mayor, así que ese caracolito va a ser una bicoca -agrega un tipo con más tatuajes en el cuerpo que una estrella del rock.

En eso anuncian que hubo un descarrilamiento no se sabe dónde y el tren ya no va a salir. La gente comienza a retirarse sumisamente, pero no en silencio. Unos vocean un chiste, otros continúan hablando como si nada. Lo curioso es que no veo a casi nadie con el rostro triste.

Y no sé por qué, en ese instante me entra un acceso de risa, una risa irónica.

Al rato me pregunto si es que somos masoquistas o acaso nuestra actitud no es más que un mecanismo psicológico de autodefensa. Lo cierto es, que ante tanta frustración acumulada, hemos aprendido a reírnos de nuestras desgracias.

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