Minas de Matahambre, un hermoso pueblo intrincado

Pedro P Morejón

HAVANA TIMES – Minas de Matahambre es un pueblo al norte de Pinar del Río. Debe su nombre a grandes yacimientos de cobre que se descubrieron en la zona a principios del siglo XX. Eso representó una importante fuente de empleo para muchos lugareños. Y de ahí surgió el nombre del asentamiento, que fue desarrollándose cerca de la mina, la cual, en su momento, llegó a ser la más profunda de América, y una de las más productivas del mundo.

Sin embargo, la llegada del período especial (crisis que comenzó a principios de los años ’90) y el lógico colapso de la economía nacional, se unieron a los bajos precios en el mercado internacional, para ponerle fin a su explotación.

A partir del 2015, La Empresa Minera del Caribe Sociedad Anónima comenzó a invertir en la zona, que llega hasta el poblado de Santa Lucía, con la preparación de varias minas, una fábrica para obtener concentrados de plomo y zinc y varias obras de rehabilitación como el embalse Nombre de Dios, una potabilizadora de agua para la comunidad y el rescate del puerto de Santa Lucía, de donde salían barcos cargados de oro, cobre y otros minerales.

Lo cierto es que hace unos pocos días visité esa localidad por vez primera, y por lo que pude apreciar, ninguno de esos proyectos ha significado una mejora palpable en la vida económica y social de lugar.

Para empezar, la carretera que conduce a Minas de Matahambre es un desastre. Un terraplén sería mejor vía. Ya, desde Cabezas comienza a empeorar, y a partir de Pons (otro pueblito que se encuentra en la ruta) se vuelve casi intransitable, al punto de que a pesar de faltar unos 9 kilómetros, el viaje se demora alrededor de una hora.

Llegué poco después de las 9:00 pm. Un viaje de más de 2 horas, agotador y torturante. Me sentía exhausto y con nauseas, pero por suerte, mi anfitriona se encargó de que a partir de entonces me sintiera confortado.

Como dije, era mi primera visita al lugar, y movido por la curiosidad había preguntado sobre las minas a varias personas que viajan con frecuencia. Todos sin excepción me ofrecieron valoraciones negativas. Así que mi nivel de expectativas era bajo respecto a la localidad.

A pesar de que en carne propia lo único que sufrí fue la cuasi ausencia de servicios de transporte, no me pasó inadvertido el desabastecimiento de alimentos en los mercados y las dificultades con el acceso al agua, con un ciclo de abasto tan distanciado que supera los 10 días. Pero estas son realidades que en mayor o menor medida se sufren también en las principales ciudades del país, por lo que no es nada sorprendente para un sitio distante.

Lo positivo fue descubrir un pueblo hermoso, con la mayoría de sus calles en buen estado, un paisaje maravilloso, como corresponde a las zonas montañosas de mi provincia, y su gente, por lo general sana y humilde.

En la despedida retomé el calvario. Abordar, a las 5:00 am, la única guagua que sale en el día. Todos apretujándose como uno solo. “Tres en un zapato”, como diría un anciano amigo mío.  Llegué a Pinar del Río otra vez exhausto y con nauseas, pero con la sensación de saber que valió la pena ir y valdrá la pena regresar.

 

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