Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Estaba cerca de cumplir los 14 años cuando me mudé a Puerta de Golpe. Fue un fin de semana en que por primera vez la vi. Tendría unos 30 años, edad en que para los adolescentes se considera que una persona es casi vieja; sin embargo, a pesar de ello sentí que había descubierto a la mujer más bonita del mundo.

Una mujer con un rostro demasiado hermoso, femenino y un cuerpo que parecía esculpido por la mano de Dios. Desde entonces, hasta mi primera juventud, esa dama glamorosa y distante se convirtió en una especie de amor platónico que alegraba la vista y los pensamientos.

Hija única, a quienes los padres llevaron con rienda corta, después de su divorcio se enclaustró en la crianza de sus dos niños como flor de invernadero.

Hoy tiene poco más de 60 y aún la belleza en retirada se resiste a abandonar totalmente su cuerpo. Es una mujer a quien la vida ha golpeado del modo más cruel que puede hacerse con una madre: la pérdida de su hija, una doctora recién graduada que amaba su profesión, a quien un mal día un dolor en el pecho la sorprendió hasta enterarse, horas después, que tenía cáncer de mama.

Luego vino la mastectomía, las radiaciones, los tratamientos, pero aun así, al año siguiente, abandonaba la vida dejando dos hijos pequeños.

Mi vecina, hace más de siete años se ha convertido en el eje sobre el cual gira la vida de cuatro seres humanos: dos padres ancianos, nonagenarios y dos niños que ahora inician la adolescencia.

-Cuídame a mis niños- le pidió la hija antes de morir.

Dos casas que cuidar y cuatro bocas que alimentar. Por suerte, su hijo desde el exterior y su yerno viudo la sostienen económicamente. Pero ella no puede darse el lujo de tener vida propia, mucho menos enfermarse.

A veces, parte de su entretenimiento consiste en conversar conmigo, contarme sus vivencias, sus dolores y sus pocos sueños. Todo eso al tiempo que lava o cocina desde su terraza.

La escucho de buena gana porque mi gratitud hacia ella es infinita. Desde que mi madre falleció es la persona que se encarga de que yo, que a veces no paro en casa, no pierda los exiguos productos que llegan por la libreta de racionamiento, que no por exiguos dejan de ser importantes en este país de escaseces y penurias.

Este 3 de diciembre la veo elegantemente vestida, acompañada de su nieta de 12 años y un ramo de flores. Me dice que va al cementerio a visitar la tumba de su hija.

“Hoy es el día del médico y tú sabes que ella amaba mucho su carrera” -añade.

Tan hermosa a pesar de su vejez, tan leal a sus principios de madre, hija y abuela. Mi vecina ignora el aprecio que le tengo. Hoy la noto más triste.

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