Por Pedro Pablo Morejón

Una vista de Pinar del Rio.

HAVANA TIMES – Estuve investigando los orígenes de la ciudad de Pinar del Río y, según pude averiguar, su nombre se atribuye a la existencia de un pinar cerca del río Guamá, donde comenzó a asentarse la población allá por el siglo XVII.

En 1710 se levantó la primera iglesia, bajo el nombre de San Rosendo, fecha que algunos historiadores han dado como la de su fundación.

Sin embargo, se constituyó como Villa el 17 de septiembre de 1867, por el entonces capitán general Felipe Fonsdeviela. Fue también en su honor que se le puso el nombre de Nueva Filipinas. Aunque como sabemos perduró “Pinar del Río”, el nombre de siempre.

En fin, una apretada e imperfecta síntesis para adentrarlos en una anécdota de hace pocos años, cuando intentaba llegar al trabajo y me dieron las 9:30 de la mañana en la carretera:

Ningún carro paraba y los camiones privados seguían de largo repletos de pasajeros. Pero era uno de esos días en que necesitaba sí o sí, llegar a Pinar.

Con un billete en la mano comencé a hacer señas a cuanto vehículo se acercaba, hasta que de sorpresa, un auto con chapa de turismo se detuvo. Lo conducía un señor de avanzada edad, que por su acento debió, quizás, ser canadiense.

Iba por segunda vez a la urbe, y en un español mutilado me preguntó dónde quedaba la fábrica de tabacos. Como se me hacía camino me dispuse a ayudarlo. A pesar de las dificultades idiomáticas durante el viaje, me platicaba como si fuéramos amigos. Yo me esforzaba por entenderlo y a duras penas lo conseguía.

Al llegar a la entrada de la autopista Habana-Pinar, lo primero que encuentras a tu derecha es el hotel Pinar del Río, y del otro lado la residencia de la Universidad. La calle Martí, principal arteria, llamada por todos “calle real” te recibe dividida por un separador hermoso que contiene esculturas y una frondosa hilera de pinos.

Mientras observaba la vista, me dijo que había estado en varias ciudades del país y que esta se encontraba entre las más hermosas, algo que además de agradable, no dejó de sorprenderme.

Es que se habla de Cienfuegos, Bayamo, Santa Clara, Santiago de Cuba, Holguín o Matanzas como metrópolis hermosas. Y creo que lo son, aunque a veces lo dudo todo, por el nivel de depauperación en todo el país, provocado por tantos años de desidia y pobreza.

Seguimos por toda la calle hasta el frente del parque de La Independencia y nos incorporamos a la avenida Maceo, por donde se encuentra la fábrica de tabacos. “Aquí es” -le di las gracias y le deseé un buen día, no sin antes escuchar algo como “lindo Pinar, ciudad limpia”, al tiempo que me daba un curioso y efusivo apretón de manos. 

Aunque no soy chovinista, también he visitado algunas ciudades cubanas y en la mayoría no he encontrado ese aire poético, ese “toque” de belleza que no lo da precisamente la arquitectura o el trazado de las calles.

No sabría explicarlo. De hecho, cuando uno observa por el mapa de Google, advierte que esta ciudad posee el trazado de calles menos simétrico entre todas las de provincia.

Lo sé, estoy siendo subjetivo. Es que el amor es así, visceral, esquizofrénico, no entiende razones.

Quizás Pinar es esa ciudad que amo, porque aquí se han forjado mis principales sueños. Aquí he escrito mi todavía incipiente obra literaria. Aquí he amado, sufrido, gozado.

En esta ciudad, con sus apagones, carencias, colas interminables y crisis sanitaria, en fin, a pesar del sufrimiento de su gente, continúan vivas mis esperanzas de un futuro mejor.

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