El futuro geriátrico

HAVANA TIMES – Por la calle donde vive mi mujer, en el mismo latón de basura donde apareció el bebé muerto, un anciano devora unos tomates podridos que al parecer recogió. Es una imagen que el domingo ella vio, similar a la que observo cada mañana, hombres de avanzada edad y otros no tanto, mugrientos y mal vestidos rebuscando entre la basura.

Es el peso de la miseria que golpea a la mayoría de los cubanos y que se manifiesta en mayor medida sobre la gente más vulnerable, esos que trabajaron toda la vida y ahora malviven con una mísera pensión, los que carecen hasta de esa pensión, los que no tienen a nadie en el extranjero que les ayude a paliar sus necesidades, los que están enfermos y solos, los que no están solos pero sus familiares no dan para más…

Por eso no es de extrañar que un día cualquiera, a cualquier hora te encuentres a muchos pidiendo dinero, buscando en la basura o vendiendo baratijas para sobrevivir. Nada que ver con las imágenes de postalita que el régimen y sus cómplices le venden al mundo de una Cuba con playas, mujeres hermosas, tabaco, ron, fiesta, baile y alegría y que ya casi nadie se cree.

Este fin de semana caminaba por la calle cuando un señor me bloqueó el paso, tenía prisa y me sentí contrariado, sensación que pasó de la molestia a la resignación. Comenzó una jeringonza y rápido entendí que me quería pedir dinero. Como en piloto automático saqué mi billetera y le extendí un billete de 20 míseros pesos.

No es que sea tan dadivoso pero 20 pesos hoy no son nada y necesitaba llegar, como dije, estaba apurado.  No sé si lo pidió para comer o para algún vicio. Muchos son alcohólicos porque sus vidas están arruinadas y solo encuentran sosiego en el alcohol.

Recordé cuánto he cambiado. De niño, la imagen de un limosnero me producía dolor y no entendía como las personas seguían de largo, indiferentes. Hoy, al igual que la mayoría, también camino indiferente por una realidad que supera mis posibilidades. No puedo darle dinero a cuanto necesitado me encuentre por la vida, mi exiguo capital no basta para ser un filántropo.

Cuando doy lo hago de lo poco que tengo, no de lo que me sobra como un millonario que invierte parte de su fortuna en fondos para combatir, digamos el cáncer, lo cual me parece muy bien, por supuesto.

Por suerte, miro a esos ancianos y casi nunca veo mi futuro reflejado en ellos. Me imagino siendo un señor digno y respetable y por supuesto, vigoroso, que todavía, hasta pueda despertar la admiración de alguna cincuentona de buen ver.

Pero a veces no, algunas veces pienso que a pesar de mi estilo de vida sano y optimista bien podría ser uno de ellos dentro de 25 o 30 años y entonces me aterro y movilizo mis recursos mentales y emocionales para volver a mi modo paz.

El asunto es que en medio de la emigración masiva empujada por la pobreza, si este orden social abominable no cambia, no pasará mucho tiempo para que Cuba se convierta en un geriátrico ambulatorio y miserable, donde unos serán mantenidos por los suyos que se fueron y a otros les tocará languidecer entre la cochambre y la miseria.

Lea más del diario de Pedro Pablo Morejón aquí.

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