De cumpleaños con mi hija

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Mis ojos se abren al amanecer del día 12 de noviembre. La voz de mi compañera susurra un felicidades que me recuerda que un día como hoy vine al mundo, dicen que alrededor de las cinco de la tarde.

Un gesto que en el argot cubano se conoce como “freir huevo” asoma involuntario. La verdad que después de los veinte no me agrada mi aniversario, es recordar que los años me van cayendo sobre el cuerpo de un modo inexorable.

No soy un friki pero sé que pueden verme como un tipo raro, de los que no tomó ni un trago de cerveza cuando estuvo en Varadero porque no me gusta, de los que prefieren la soledad de un buen libro o ejercitar los músculos antes de estar en una fiesta rumbeando y rodeado de personas con las que no logro encajar. 

No soy de los que felicitan a nadie en navidades ni fin de años ni días de padres y madres. Todo eso me parece una estupidez. Prefiero que me feliciten si gano un concurso literario, resuelvo una visa u obtengo algún logro personal de relevancia.

En fin, que me levanto rumbo al baño, me miro en el espejo y este me devuelve la imagen de un hombre todavía joven. Me gusta lo que veo. “Si fuera una mujer estaría enamorada de este hombre” -pienso y sonrío con mi narcisismo. Me pongo las pilas y dejo la bobería, hoy es día de visitar a mi hija y debo apurarme.

Me afeito, tomo una ducha, desayuno, me visto, besitos y para la calle. Camino rumbo a la terminal de ómnibus, la esperanza es un camión privado. Por suerte va a salir y logro abordarlo entre una multitud desesperada que pugna sin decencia para no quedarse afuera. Una vez dentro estamos como “sardinas en lata”. No cabe uno más.

Hoy arribo a una edad en que se supone que cualquier hombre luchador haya alcanzado varias metas, sin embargo, como muchos, debo conformarme con sobrevivir en una isla sin presente ni futuro.  

Intento cambiar mis pensamientos, refugiarme en el aquí y el ahora. Estoico y minimalista, el único modo de sobrevivir a esta mierda porque no tengo posibilidades inmediatas de largarme de este país.

El camión a cada ratos se detiene. El dueño intenta meter más personas con el falso argumento de que aún caben más, que seamos conscientes, solo busca lucrar. Los de abajo juzgan de egoístas a los que estamos arriba, solo quieren viajar. Los de arriba protestan porque no somos animales, solo buscan reducir su incomodidad. Es la ley de todos contra todos y sálvense quien pueda.

Mi hija me espera y cuando me apeo de ese calvario y me ve corre hacia mí, se me tira a los brazos y me besa. Acto seguido me invita a pasear, donde obviamente, yo financio la salida.

Me quedan unas pocas monedas virtuales (MLC). Entramos a la tienda, por suerte hay electricidad, hace dos semanas no falta en Pinar del Río, supongo que cuando terminen las reparaciones tras el paso del ciclón nos incorporemos al régimen de apagones que sufren las otras provincias.

Gasto toda la tarjeta en lo que pide: un paquete de cereal, otro de chocolate, un pomo de aceitunas y unos chicles. No había más en esa tienda desabastecida ni en mi presupuesto.

-Para cerrar con broche de oro vamos a Coppelia -me dice.

La cola es inmensa y ella misma desiste. Nos vamos al parque y pasamos la mañana entre un turrón de maní y los chicles.

-Qué raro, yo soy el que cumple años y tengo que gastar -le digo con una sonrisa.

-No protestes, cuando me vaya de aquí te voy a mandar 400 dólares todos los meses.

Al despedirnos saca su “regalo” de la cartera: un libro viejo de ciencia ficción que de seguro se lo dio la mamá y un papel con unas letras que expresan sentimientos y deseos. Nada de valor económico, pero sí sentimental.

El libro viene con una dedicatoria que reza: “Para ti papá que te gusta mucho leer. No he leído este libro porque me da flojera pero sé que lo vas a disfrutar mucho”. Al final de la novela, otra que dice: “Si lo leíste hasta el final eres un bobo”.

El otro papel contiene unas extensas palabras de amor, gratitud, halagos, que entre profundas e hilarantes tocan mi lado más sensible, ese que a veces me encargo de ocultar tras esta coraza que he tenido que imponerme. Logra que mis ojos se humedezcan y sonría y tenga que reprimir los deseos de llorar.

Es increíble cómo esta niña de trece años puede manipular mis emociones, es mi talón de Aquiles. Pero nada extraordinario, es lo normal en un padre común, como cualquiera.

Lea más del diario de Pedro Pablo Morejón aquí.

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