Un cumpleaños para no recordar

Paula Henríquez

HAVANA TIMES — En Cuba aún perdura ese servicio que recuerdo de niña. El de mandar a hacer el cake de cumpleaños cuando la fecha especial se acerca. Casi nadie, o al menos esa fue la impresión que me llevé, lo tiene en cuenta, pero para quien quiere hacer un cumple grande, con varios invitados, pues la opción más económica es dirigirse a la entidad estatal más cercana y tratar de que la fecha de entrega coincida con la de la fiesta.

Todos los infantes tienen derecho a tal servicio hasta los 10 años de edad. Para los 15 y las bodas también se pueden hacer uso de este. No es un trámite complicado: solo hay que entregar la tarjeta de menor, la libreta de abastecimiento, pedir fecha y si el día deseado está disponible pues el empleado te entrega un comprobante con el nombre de la panadería a la que hay que llevar la tabla para que, sobre esta, preparen el cake. Tampoco es caro, solo cuesta 20 pesos cubanos.

No es el mejor servicio, pero al menos se podía contar con este hasta este año en que intentamos celebrarle los 3 años a la peque de la casa. Todo el trámite se hizo a tiempo, pero el día de recogida del cake hizo que, una vez más, nos decepcionáramos profundamente mi esposo y yo.

Fuimos puntuales, estábamos allí a las 4 de la tarde. Supuestamente a esa hora ya nos debieran entregar el “pastel”, pero el tiempo comenzó a pasar y ni asomo de la tabla con el cake en ella. Así pasó una hora y yo decidí irme pues tenía mucho por hacer aún, antes de que los invitados llegaran. Mi esposo esperaría allí. Ya en casa comencé a impacientarme al ver que no llegaba y eran cerca de las 6 de la tarde. Sin pensarlo dos veces decidí volver a la panadería, no comprendía la demora. Antes de siquiera acercarme al lugar vi a mi esposo a lo lejos y venía con las manos vacías y expresión de pocos amigos, como suele decirse. El motivo: nunca salió el cake…

Por supuesto que reclamamos, pero en Cuba reclamar es ya algo sin sentido. Muy pocas veces se obtienen respuestas, pero sí malas contentas por parte de los empleados y mucho, pero mucho mal genio al no poder resolver los “problemas” con nuestras propias manos. No se trata de ser violentos, pero díganme ¿quién no ha sentido las ganas de irse a las manos cuando los empleados públicos, entiéndase los que trabajan con el público, creen que los demás somos idiotas y buscan argumentos poco creíbles como el que le dieron a mi esposo?

Sí porque le dijeron que aún estaban en elaboración. Tal respuesta hubiera tenido sentido si minutos antes no hubiéramos visto salir por la puerta algunos de “nuestros” dulces pagados a sobreprecio por otros ciudadanos también “apurados”.

En fin, tanto que se habla de pérdida de valores y tanto que se exige buenos modales y comportamiento a algunos, pero a otros, a los que día a día trabajan con el público, a aquellos cuyo objetivo es facilitarles el día a las personas, y si pueden hasta alegrárselas, a esos nadie les enseña o poco les importa aprender a convivir con los demás.

Señala un dicho popular que uno recoge lo que siembra. Si no hay buen trato no se puede esperar buen trato, pero por algún lado hay que empezar. No podemos culpar al sistema solamente, porque por el sistema no podemos convertirnos en bestias. Nosotros también tenemos que ponerlo todo de nuestra parte y tratar de hacer menos salvaje nuestra jungla diaria.

 

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