Nuestro mayor logro

Por Paula Henríquez

Paseo por el malecón. Foto: Constantin Eremichev

HAVANA TIMES – Si hay un logro del cual podemos hablar como cubanos es de ese que podemos nombrar como “la NO solidaridad del cubano para con el propio cubano”. Sí… ese es el más fuerte de todos, porque los otros se han debilitado con el tiempo. En eso pensaba este fin de semana cuando caminaba por las calles del barrio.

Me explico: esto no es algo nuevo, uno ya está acostumbrado a ver los latones de basura repletos hasta la calle, sí, porque ya se desbordan. Uno ya está acostumbrado a ir a algún lugar y que te traten mal, como si persona no fueras, así como ir al médico y no hallar a alguien lo suficientemente competente como para salir satisfecho con la consulta, o llegar hasta la farmacia y no encontrar ese medicamento que tanto necesitamos.

Uno intenta no “minarse la moral” y seguir adelante, en otras palabras, ser, digamos, un poco más optimista, querer tapar el sol con un dedo, como quieran llamarlo… y entonces va al puesto de viandas donde cada día los productos tienen precios más y más elevados. Culpas al vendedor que tiene que comprarlos caros y venderlos más caros aún para obtener alguna ganancia. O en otro caso, te encuentras al que quiere sacarle el kilo y hasta la peseta a todo el que pase por allí, como si tuvieras la culpa de lo malo que está todo. Porque está igual para todos, todos los que vivimos como cubanos comunes, de a pie.

Vas a la tienda en CUC y pasa exactamente igual y todos los días te preguntas cuándo será la ocasión en que las cosas no estén tan jodidamente caras y puedas ser como una de esas personas que viven una vida “común” y que, sin embargo, tienen más que tú, mil veces. Sí, esas mismas de las películas.

Para colmo, si por casualidad quieres comprar algo, también intentas ser cortés para que la persona que te va a atender no te maltrate como si estuvieras pidiendo un regalo, como si el producto ya no fuera lo suficientemente caro y tú no estuvieras haciendo el mayor sacrificio de todos.

Caminas por la calle, mejor dicho, por la acera, si existen, y tienes que parar tu marcha porque alguien ha sacado su butaca para refrescarse un poco y ha decidido, entonces, interrumpir todo paso. “Si no te gusta, vas por la calle”, me dijeron una vez. “La acera es pública”, respondí. Tienes que esperar como si estuvieras en un semáforo porque alguien está baldeando su casa y toda el agua sucia la está sacando para la acera. Tienes que bajar del contén porque alguien está conversando y eso es más importante que nada.

Sí, ese es el mayor logro. Al cubano, o al menos a la mayoría,  no le preocupa el que tiene al lado. Vivimos en una especie de “sálvese quien pueda”, de jungla, de selva donde los débiles pierden y los más fuertes ganan. Sí, ya sé que es la ley de la vida, pero la diferencia es que aquí todos somos débiles, todos estamos del mismo lado y todos queremos lo mismo: vivir un poco mejor.

Entonces por qué no mirarnos, reconocernos unos en otros y tratar de aminorar nuestros males. Por qué no practicar la solidaridad, la camaradería, la unidad, la cortesía… Si al final todos vivimos en Cuba, todos somos cubanos.

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