¿Quiénes son los verdaderos contrarrevolucionarios?

Osmel Ramírez Álvarez

Foto: Lidybel Aguila

HAVANAS TIMES – La palabra “contrarrevolucionario” en Cuba tiene un significado semejante a “herejía”. Por casi seis décadas se ha tildado así a los que no han apoyado o han combatido el sistema político de la revolución fidelista. Equivale a “gusano”, “enemigo del pueblo”, “mercenario al servicio del imperio” o “apátrida”.

Durante la guerra fría era un estigma peligrosísimo, con el que destruían a cualquier persona. Luego de los 90 se ha usado con bastante hipocresía, pero todavía se emplea cuando hace falta para intentar manchar la imagen de alguien o marcarlo como desafecto.

Me siento motivado a reflexionar sobre este término peyorativo porque en las dos detenciones arbitrarias que he sufrido por ser periodista independiente, los agentes de la Seguridad del Estado han calificado de “contrarrevolucionaria” mi actividad.

Sin embargo me considero un “revolucionario”; para nada conservador. Siempre estoy dispuesto a cambiar para mejorar y a aceptar nuevos paradigmas si resuelven mejor los problemas más importantes. También soy socialista en el sentido de la búsqueda de la mayor equidad y justicia social posible y viable. Lo digo con orgullo aún sabiendo que mi tendencia no goza hoy de una buena imagen en la región.

Entonces, ¿por qué siendo revolucionario y socialista no soy un soldado al servicio incondicional de la revolución cubana?

En primer lugar porque no creo que la “revolución cubana” sea revolucionaria desde hace mucho tiempo. Siendo sincero, la encuentro demasiado conservadora. En vez de cambiar todo lo que debe ser cambiado tratan de conservar todo lo que pueda ser conservado, aunque por décadas no haya funcionado bien.

Por eso pujan una y otra vez con proyectos económicos y sociales que son los mismos que fracasaron solo con pequeños reacomodos y nada les funciona. Y el país cada año se sumerge en una crisis más profunda e insalvable para ellos. Pero admitir la necesidad de cambios reales es algo impensable.

En segundo lugar porque soy un demócrata firme y convencido, y la fórmula política de la “revolución cubana” es irremediablemente cuasidemocrática. Empleo el prefijo “cuasi” apelando a lo aprendido en mi carrera de biólogo, donde “casi”  es lo que no es pero puede llegar a ser y “cuasi” es lo que no es y no tiene cómo lograrlo.

¡Cuánto me gustaría estar equivocado! –lo digo en serio.

Imaginen que en este mismo proceso constitucional, como un legado feliz de última hora, Raúl decidiera encabezar una verdadera reforma democrática, que incluso podría considerarse socialista. Que traspasara el poder del partido único a las instituciones y que estas se armaran de un verdadero carácter democrático.

Que los logros sociales que son sagrados para nuestro pueblo, pero poco disfrutables en estas condiciones de pobreza extrema en que vivimos, puedan ser protegidos por una Ley de Leyes que le proporcione “poder real” a la clase trabajadora para defender sus derechos, al igual que a todos los estratos sociales. Fuese el comienzo de una Nueva Cuba, de la reconciliación nacional en condiciones de paz social y del progreso económico.

Esto que vivimos y sufrimos se nos dice que es debido a una guerra a muerte contra el enemigo imperialista que nos quiere devorar, pero no lo es. Hace tiempo que no lo es. Es una guerra fría entre cubanos y es entre cubanos civilizados que deberíamos resolverlo.

Pero si el gobierno no acepta ni reconoce los derechos de los cubanos que no somos comunistas, jamás habrá paz social en Cuba. Y esta expresión, “Cuba”, no se resume en este caso a la geografía nacional, sino a todos los cubanos donde quiera que estemos. Falta interiorizar la sabia sentencia del benemérito de América, Benito Juárez: “el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Pero nada indica un cambio, ni siquiera el más mínimo. No se divisa un solo rayo de luz al final del túnel. Siguen con la misma retórica extremista de tiempos pasados y con “mano dura” para mantenerse, aplacando cualquier indicio de protesta social.

Como si el mundo no nos hubiese dado tantas lecciones de historia, democracia y libertad desde 1917; como si la humanidad no hubiera cambiado significativamente desde entonces y con ella un grupo de conceptos y creencias que parecían verdades eternas y sagradas.

Es tan aberrante que nos tilden de “contrarrevolucionarios”, precisamente a los que queremos “cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Hasta a los periodistas, mientras somos encarcelados o regulados para que no tengamos voz divergente ni podamos viajar al extranjero.

Y que lo hagan precisamente los conservadores, los que hoy se sustentan solo por la fuerza represiva y la supresión de derechos humanos elementales. Me apena mucho ver a cubanos tan radicales y con tanto poder para dañar a sus hermanos, solo por pensar una Cuba diferente. Me apena ver a mi país tan torcido.

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