La agricultura tiene sus misterios, tristezas y bellezas

Osmel Ramírez Álvarez

Foto: Jenny Cressman

HAVANA TIMES – Tras un periodo de mucha sequía los aguaceros que rompieron la primavera en marzo y abril fueron como una suerte de bendición. “Rompió la primavera”, es como llaman los campesinos por acá al hecho de que se produzcan precipitaciones alrededor del primer equinoccio (segunda quincena de marzo).

Enseguida todo el mundo plantó sus cultivos, esperanzados en una mejor cosecha. Pero se volvió a plantar la seca y fueron cuatro meses seguidos sin llover. Si acaso dos o tres “nortecitos” en más de 100 días. Fue un desastre pues otra vez todo lo sembrado en secano se perdió completamente.

Para mayor desgracia cuando vino a llover en la segunda quincena de agosto y muchos volvimos a sembrar, inusitadamente en esta etapa fue demasiado lluvioso entonces, continuando igual en lo que va de septiembre. ¡Es muy raro ver temporales en agosto! Han sido más cultivos tragados por las malas yerbas que proliferan como por encanto con las lluvias sucesivas.

Yo mismo he sembrado un campo de yuca dos veces y en ambas ocasiones lo he perdido. Primero estaba muy despoblado por la sequía, a pesar de regarlo. Es que cualquier chorro de agua era escaso de tanta resequez. La tierra parecía un volcán del calor que emanaba, las semillas se cocinaban y el agua se evaporaba enseguida. Y después vino toda esta lluvia que parece como si la naturaleza se sintiera endeudada y quisiera pagarla de golpe. El exceso de agua pudrió los gusábalos hasta desaparecer (los trozos del tronco de la mata de yuca que son los que se siembran).

Ahora, sobregirado en gastos y con pocas expectativas de ganancia, ya más bien soñando con recuperar al menos lo invertido, estoy chapeando el herbazal para volver a sembrar. No me puedo rendir. Ya no sembraré yuca, va y octubre resulta igual y se me vuelve a malograr. Mejor sería maíz porque brota en cinco días y da menos margen a que un temporal me juegue otra mala pasada.

Tras estos eventos climáticos que afectaron a muchos, la gente del campo reflexiona e intercambia anécdotas y así vino a colación una en especial. Antes de la revolución imperaba en estos campos un sistema de trabajo cooperativo sin que hubiese una cooperativa organizada ni se pensara así, que se fue perdiendo con el tiempo. Y era muy efectivo porque los campesinos se apoyaban en sus siembras y cosechas. Se hacían las “juntas”, así lo llamaban.

El interesado avisaba que tenía un trabajo acumulado, ya sea una siembra grande, un desyerbe o una cosecha. Incluso podía ser cobijar (techar) una casa o un rancho. Mataba una o dos gallinas, las mujeres cocinaban un sopón bien grande con viandas y no podían faltar un par de botellas de aguardiente barato.

Todo el que podía venía y el trabajo se hacía rápido. Así burlaban cualquier temporal dando atención o recolección rápida a un cultivo. Y si se trataba de una siembra estando la tierra seca, venían con varias yuntas de bueyes y pipas sobre rastras, y se mojaba desde el río cubo a cubo. Que con tanta gente funcionaba como un acueducto.

Hoy tenemos una cooperativa, (digo hoy, pero hace más de 50 años), pero realmente no existe el trabajo cooperativo. Más bien funciona como una camisa de fuerza o un mecanismo de entorpecimiento de la producción, la mayoría de las veces, o de extorción del campesino a favor de la Empresa de Acopio. Predomina el mercantilismo y el interés individual entre los campesinos. Nadie ayuda a nadie, todo tiene un precio y a veces ni pagando se unen varias personas porque lo que se puede pagar económicamente factible no estimula voluntades.

Lo cierto es que el campo cubano merita de grandes transformaciones y de ser más efectivo. Del verdadero trabajo cooperativo, incluso de empresas y fincas agrícolas eficientes, de un mercado normal y estable de insumos, para que sea eficiente y hasta competitiva.

Amén de que la naturaleza nos seguirá jugando de vez en cuando malas pasadas. Ella funciona a libre albedrío, siguiendo sus ciclos y no se supedita a nuestros intereses. No obstante, a pesar de los avatares, trabajar la tierra y producir alimentos es una actividad muy fecunda. No solo porque puede generar dividendos, sino por el simple placer de ver brotar del suelo lo que necesitamos para mantenernos vivos.

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