Osmel Ramírez Álvarez
Aunque se han entregado en usufructo casi 2 millones de hectáreas en los últimos 11 años, se realizaron ingentes inversiones hidráulicas y los millonarios gastos de recursos en el sector durante la década raulista, el país sigue dependiendo de la importación de productos que se pueden producir en nuestras fértiles tierras.
La producción, en vez de aumentar, se estanca o baja; en vez de incrementarse la eficiencia, traducida en mejores rendimientos y menores precios, sucede lo contrario; en vez de abarrotarse los mercados y vernos posibilitados de exportar, se incrementa el gasto en importación de alimentos, y lejos de que el agro cubano sea garantía de “Seguridad Nacional”, como repetía Raúl Castro, la crisis actual de liquidez nos deja en condiciones de “Inseguridad Nacional”, por la incapacidad de abastecimiento alimentario.
Siempre fuimos un país eminentemente agrícola: caña de azúcar, tabaco, café, cacao, plátano, cítricos, piña y ganado son nuestros productos exportables, aunque algunos solo en momentos puntuales. Mas otra gama de cultivos de consumo interno o subsistencia como maíz, frijoles, yuca, malanga, boniato, papa, ñame, tomate, ajo, cebollas, maní, frutas tropicales y hortalizas, adornan nuestros campos.
Cerca de la mitad de la superficie del país estuvo sembrada de caña de azúcar hasta los años 90, y de pronto, el Gobierno decidió destruir dos tercios de la industria azucarera, en vez de redimensionarla. Más factible hubiese sido ceder participación al sector privado nacional y extranjero y destinar una parte significativa a la reconversión energética del país. A través de biomasa y biocombustible (etanol), en lo que la caña de azúcar tiene un potencial inmenso.
Primaron, como siempre, las decisiones políticas antes que lo económicamente conveniente, sin hablar del capital humano con experiencia y técnicamente preparado, con siglos de experiencia, botado por la borda. Terminaron comprando azúcar a Colombia y Francia para la canasta básica. Porque lo que queda de la industria y agricultura cañera está en el más crítico abandono, no alcanzan ni el millón de toneladas y los rendimientos por debajo del 50% de lo factible.
Se destruyó una industria con mucho por aportar todavía. Y las tierras, que en los planes megalómanos serían sembradas de muchas cosas, terminaron cubiertas de maleza, igual que sucedió cuando la reforma agraria del 59 y el marabú sustituyó a las vacas y sembrados de los terratenientes.
Las producciones de café, frijoles, arroz y maíz son altamente demandadas en nuestro mercado interno y no existe razón objetiva para que no se lleguen a satisfacer nuestra demanda, incluso, rebasarlas para la exportación. El único obstáculo es el modelo económico estatal-centralizado, que corroe con su burocratismo, ineficiencia, corrupción, poca autonomía y bajo sentido de pertenencia a todo el aparato productivo, igual que sucede en el resto de la economía.
Son muchos los problemas, pero vale la pena mencionar algunos:
Es un tema complejo y con muchas aristas. Actualmente el Ministerio de la Agricultura, de conjunto con la ANAP, realizan un estudio campesino a campesino, presionando para una mayor entrega de sus producciones al Estado, debido a la crisis. La novedad ahora es que tendremos este año menos insumos para los cultivos, debido a la crisis, con el “compromiso de producir igual o más, porque el país lo necesita”.
Sin duda, es un escenario mucho más adverso que el de los años anteriores en que tampoco se avanzó, solo esporádicos e insostenibles resultados puntualmente satisfactorios. Porque mientras no se modifique el modelo económico oficialista, cuyo lastre de ineficacia y disfuncionalidad infecta a todas las ramas de la economía, la Agricultura cubana seguirá condenada al estancamiento.
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