HAVANA TIMES — Recuerdo hace algún tiempo haber escrito acerca del cementerio de los perros. Una franja de terreno en las márgenes de Alamar en la que el pueblo, espontáneamente, había comenzado a enterrar sus mascotas fallecidas, y que había sufrido el maltrato de personas e instituciones insensibles.
Recuerdo que por aquella época se reparaban las tuberías que abastecen de agua a todo el reparto, y que dichas tuberías pasaban específicamente junto y sobre el cementerio de los perros. Por eso, en las obras, se perdió una gran parte de las tumbas.
Es importante decir que, a pesar de los destrozos, la gente no dejó de enterrar sus mascotas en el cementerio de los perros. Unos con más recursos, otros con menos. Unos con tumbas que cualquier cadáver humano envidiaría (si no estuviera muerto, claro está) y otros con apenas un montón de piedras y acaso un crucifijo de madera.
Hoy, el cementerio de los perros no es lo que era antes del destrozo. La hierba ya no crece en el terreno arcilloso, aunque al menos se nota una tendencia gubernamental a respetar el espacio.
Si algo falta ahora al lugar será tal vez estética, pues soy de los que creen que la muerte no se encuentra divorciada de la belleza. Si yo tuviera dinero haría donación de materiales a los que, en lo adelante, deseen enterrar a sus mascotas allí, y que no necesariamente tengan que ser perritos.
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