Cortés, tierra de gente amable

Osmel Almaguer

Cortés, Pinar del Río. Foto: panoramio.com

HAVANA TIMES — La semana pasada viajé por unos días a Pinar del Río, la provincia más occidental de Cuba, región de buen pescado y tabaco, y también de buen beisbol. Una amiga me invitó a su casa en el sureño pueblo de Cortés, perteneciente a Sandino, el más occidental de los municipios insulares.

Llegar a Cortés, desde Pinar del Río, no es tarea fácil. Aproximadamente ciento veinte kilómetros a través de la carretera central, y luego 19 desde el entronque La Catalina, los separan. Para suerte nuestra, unos amigos nos llevaron hasta el mencionado entronque, y desde allí tomamos una máquina (almendrón) de las que cobran 15 pesos por pasajero.

Según datos de la enciclopedia cubana Ecured, Cortés es uno de los ocho Consejos Populares del municipio Sandino, y tiene una población de 2789 habitantes, distribuidos entre los poblados de Santa Bárbara, San Uvaldo y La Grifa, además del propio asentamiento que le da nombre.

No obstante, mi experiencia se reduce a este último, por lo cual los datos que brindo responden a la información recogida oralmente, y mediante observación, en ese propio lugar.

Son la pesca y la agricultura sus principales renglones económicos. Cuenta con una zona costera a manera de playa, y con un suelo terroso que es el mismo a lo largo de todo el pueblo.

Viven en él aproximadamente 700 personas. Abundan las construcciones de madera y guano, y no existe un solo edificio con más de una planta. Tiene solo dos calles. El resto son caminos arenosos.

Algunas casas se valen de pozos de agua dulce para abastecerse. La bombean con motores. La vida es tranquila, solo interrumpida por las murmuraciones de los vecinos cuando llega alguien de fuera, o cuando un paisano se sale de las normas y tradiciones del lugar.

Tiene una bodega para los productos normados por la libreta, una pequeña tienda en moneda libremente convertible, un quiosco en la misma moneda, tres consultorios y una posta médica a manera de policlínico, una cafetería en moneda nacional y una pequeña estación de policía.

En casos de accidentes o dolencias graves, cuentan con una ambulancia para remisiones al hospital de Sandino.

En Cortés no hay mucho que descubrir, excepto el alejamiento de la vida mundana de la ciudad. Solo se cuenta con la cercanía de la naturaleza, la cual se hace presente a través de una abundante fauna de insectos y una flora de tipo costero.

Sus pobladores son amables y pendencieros, y los servicios que se prestan difieren de los de La Habana en cuanto a una mayor ética y amabilidad por parte de los empleados.

Como en todo pueblo de campo, los cortesanos llevan la vida rústica que la todavía lejana tecnología evita a los habitantes de la ciudad. Abundan los coches y los caballos, los botes y carpinteros de ribera, y la principal atracción para los lugareños es la playa que, por cierto, el sargazo ha invadido en los últimos tiempos.

Dicen algunos que antes no era así, que las autoridades se tomaban en serio la limpieza de la playa.

En la forma de vestir de su gente destacan las camisas de mangas largas, para evitar los mosquitos; las medias, aunque lleven chancletas, por lo arenoso de la tierra, y el sombrero de guano, para evadir los rayos del inclemente sol.

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