Contando las afeitadas

Osmel Almaguer

HAVANA TIMES, 20 ene — Con el dinero que recibiría como pago a mis colaboraciones periodísticas planeaba resolver algunos de mis problemas más apremiantes. Uno de ellos, aparentemente sencillo, pero que incluso puede llegar a afectar mi salud, es el de las máquinas de afeitar.

En Cuba el acto de afeitarse se está convirtiendo en un trance bastante incómodo, porque casi no existen buenas cuchillas, de las que cortan el vello facial sin afectar demasiado la piel.

Cuando afirmo que casi no existen, me refiero a que las maquinitas a disposición del pueblo son de muy mala calidad. Cuestan unos 9 pesos o 0.45 centavos USD. Las venden por doquier, pero a veces incluso desde la primera vez que las usas te desgarran el cutis.

Con menos asiduidad aparecen otras un poco más caras, costando entre 2 y 7 USD, cuya calidad no he podido comprobar, pero de hecho no conozco nadie que las haya probado y me diga que salen buenas.

Además, con ese precio ya están bastante lejos del alcance del cubano común, y bastante por debajo de las expectativas de la élite, que usa Gillette.

Por unos veinte y pico de USD, casi treinta, puedes comprar en la bolsa negra tu Gillette con 3 o 4 repuestos. De hecho eso era lo que planeaba hacer antes de recibir el dinero, pero no me alcanzó.

Los últimos dos años he resuelto con Gillettes desechables, regaladas por algunos amigos que las han traído del extranjero.

A veces he tenido que afeitarme con cuchillas viejas, sin filo, porque no tengo los 9 pesos para invertir en un producto que de antemano sé que será una pérdida. Por desgracia, tengo un cutis sensible y se me inflama, llegando incluso a sangrar sin haberme cortado.

No soy él único que sufre con esto. Somos cientos de miles o millones, desgarrando nuestros rostros, piernas y demás partes afeitables con malas cuchillas.

En Cuba existe una frase para las personas que están próximos a la muerte por avanzada edad. Irónicamente solemos decir que “a ese le quedan pocas afeitadas.”

Si de verdad el tiempo se pudiera contar según las veces que nos afeitamos, y si de pronto todos decidiésemos, por falta de cuchillas, afeitarnos solo cuando sea imprescindible, entonces podríamos afirmar, con la misma ironía y sin temor a equivocarnos, que también a nosotros nos quedan pocas afeitadas.

 

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