Nonardo Perea
Estamos a fin de mes y, por supuesto, que ya la gente no tiene mucha comida, y está a la expectativa de lo que entra para enseguida ir a sacarlo.
Muchas son las personas de escasos recursos que sobreviven con lo que el gobierno envía a estos establecimientos, son productos que tienen un costo mínimo, pero cuando se habla de precio me llama la atención la calidad de estos alimentos, que no siempre es óptima, y la cantidad que tampoco es mucha.
La lasca de jamonada que me tocó estaba babosa y con manchas verdes. Yo la meto dentro de una cazuela y le doy con un cepillito para quitarle todo eso, y luego la frio con aceite bien caliente, me comentó una señora de la tercera edad cuando hablábamos del dichoso producto que ni los perros se comerían.
El encargado de venderla solo pudo decirnos que no tenía donde refrigerarla, y que era cosa del calor que hacía.
Pero no es la primera vez que algo así ocurre, también ha pasado lo mismo con el picadillo de soya que casi siempre tiene mal olor, y no es por otra cosa que por la falta de frío.
Al final, los perjudicados no son otros que la gente del pueblo, y los que tienen que preocuparse por resolver estos problemas, estoy convencido de que nunca se llevarán a la boca un trocito de esta jamonada asquerosa que nos dan como si fuésemos animales carroñeros.
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