Las aventuras de un pitusa en Cuba

Por Nike

HAVANA TIMES – En las décadas de 1970 y 1980 obtener un pitusa en Cuba era como verse implicado en una trama de espionaje y enredos, que podía dejar secuelas nerviosas y hasta trastornos de personalidad.

En realidad, esto no era solo para quien quisiera vestir un “blue jeans” o pitusa, como le decimos en Cuba. En aquellos años la escasez de ropa propició una turbia red de ofertas que iban desde casas clandestinas donde se vendían ropas, hasta oscuras escaleras y pasillos de edificios, donde muchas veces el necesitado comprador era estafado.

Un “pitusa”

Sería difícil explicar las vicisitudes por las que debían pasar los usuarios; las elaboradas artimañas que preparaban los estafadores o el nivel de secretismo con que funcionaban aquellas casas de ventas. Al mismo tiempo, la oferta del Estado no satisfacía la demanda ni estaba a la altura del gusto de los jóvenes y se manejaba la absurda premisa que vestir ropa importada era diversionismo ideológico.

En aquellos años el dólar estaba prohibido y su tenencia podía costar años de cárcel. Sin embargo, existían tiendas donde solo podía comprarse con esa moneda. Eran unos espacios fantasmas envueltos en el velo del misterio.

Lo de misterio es real, todas esas tiendas tenían cubiertas sus vidrieras con cortinas o paneles de madera que impedían mirar a su interior. Eran conocidas como diplotiendas o diplomercados. De ellas provenían casi todas las cosas que luego llegaban al mercado negro. Cualquier parecido con el presente no es mi culpa, así eran las cosas en mi adolescencia.

Entre las ropas, los pitusas eran las prendas más codiciadas por los jóvenes. Sobre ellos se tejían las historias de estafas más diversas. La más común era encontrarse con alguien en la calle que en voz baja te ofrecía un jean. Luego entraban a una escalera y te mostraban uno.

Cuando pagabas, el vendedor te advertía sobre el peligro de la policía y te entregaba el pantalón envuelto en un papel de cartucho. Cuando llegabas a la casa y abrías el paquete descubrías que eran ropas viejas o trapos y ya no había nada que hacer.

Mientras escribo este artículo mi esposo me explica que en Centro Habana existe un edificio con una entrada por la calle Lealtad y otra por la calle Neptuno y que en aquellos años era frecuente ver jóvenes esperando su pitusa en una de estas entradas, mientras el vendedor ya había escapado con el dinero por la otra salida.  Había jóvenes esperando en ambas entradas. Un pitusa costaba 150 pesos cubanos.

No siempre la compra terminaba en estafa. Un amigo mío de aquellos años compró uno por la calle y le quedó tan bien que no quería quitárselo ni para dormir. Un día fue con él a bañarse a la costa, lo dobló y colocó entre los bultos de ropa de sus amigos. Al salir del agua el jean ya no estaba.

Unos días después, salía de un cine en La Habana Vieja, cuando se tropezó con un joven de nuestro barrio apodado “Tony el bandido”, quien llevaba puesto el pitusa. De inmediato mi amigo llamó a un policía y pudo recuperar su pantalón.

Cómo mi amigo reconoció que era el suyo, es un misterio que bien puede ajustarse a un episodio de la serie Los expedientes X. Yo lo interpreto por el nivel de afinidad que llegaba a establecerse entre un pitusa y su dueño.

En 1980 mi mamá y yo acompañamos a mi hermano a una casa en el Vedado donde vendían ropas. Al llegar a la dirección, esperamos un rato en la esquina, hasta que desde un balcón nos enviaron la señal que podíamos subir.

Era un moderno edificio de los años 50 muy bien conservado. Mientras revivo los instantes de cuando subimos las escaleras, a mi memoria acude la música de la serie Los expedientes X. Nos esperaban con la puerta abierta. Entramos a un apartamento grande, fresco y bien iluminado por la luz natural. Pero no vimos a nadie. En mi cabeza la música sigue reproduciéndose.

Apenas estuvimos los tres dentro, la puerta se cerró y detrás de ella apareció una señora que nos recibió con una sonrisa. El misterio desapareció de inmediato dando lugar a una atmósfera de confianza.

Con una amabilidad que yo jamás había recibido, la mujer nos pasó a un cuarto y nos mostró varios escaparates llenos de ropas y jeans de las marcas más usadas en aquellos días, “Lee” y “Lois”y ‘’Levis straus’’.

Mientras mi hermano escogía el pitusa, la mujer, con una cortesía a la que yo no estaba acostumbrada, nos mostró todo tipo de artículos. Recuerdo especialmente los perfumes y una variedad de trusas que yo jamás había imaginado y todo acompañado de una paciencia y amabilidad que mi mamá y yo terminamos comprando algo.

Nunca había contado esto, pero cuando en el presente aparecen cosas que se parecen al pasado, los recuerdos acuden por asociación.    

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