Los impuestos y el alumbrado público

María Matienzo Puerto

Foto: Caridad

HAVANA TIMES, 3 mayo — ¿Con los impuestos que pagamos, no podrían al menos garantizarnos el alumbrado público?

Ya sé eso pasa en todas las partes del mundo, pero como aquí no hay prensa “roja,” alguien tiene que protestar, ¿no?

Les cuento.

Anoche fui a visitar a una amiga que vive cerca de mi casa. Aquí mismo, en Alamar, unas zonas más adelante, por donde entra el ómnibus.

Entre los cuentos para ponernos al día (hacía mucho que no nos veíamos), la comida y los cafés, salí de noche para la parada, sin pensar que estaría aproximadamente dos horas esperando un ómnibus que me acercara a mi casa.

No voy hablar del transporte. Ya todos saben que ese es un tópico difícil en Cuba, sobre todo cuando nos damos cuenta de que toda la crisis del mundo se ha concentrado en el parque automotriz de esta ciudad, por no decir de la isla.

Voy a contarles sobre el susto que pasé cuando decidí cruzar Alamar en la noche (10:30 pm). Realmente yo no acostumbro a caminar muy tarde en la noche por mi barrio, pero esta vez por necesidad tuve que hacerlo, no sin pensarlo antes, porque la oscuridad de estas calles es aterrorizante.

Una vez me pasó que tropecé y por poco me quedo sin dedo gordo del pie. Se lo achaqué a que iba entretenida conversando y a que la bobería, a veces, se paga cara.

En fin, esta vez iba sola cuando decidí que debía atravesar unas diez cuadras entre edificios, matorrales y bosques. Y cuando menos me lo imaginé tenía a un hombre detrás.

Al principio pensé que era otro transeúnte obstinado de esperar por el ómnibus que nunca llegó, nos obstante, apreté el paso porque no me agradaba andar con un desconocido por aquellos lugares. No me sorprendió demasiado cuando él también apretó el paso.

Entonces mi cabeza empezó a maquinar. Me quité los aretes. Guardé el reloj en la cartera. Saqué el móvil. Todo sin perder la velocidad que había ganado, con mi perseguidor detrás.

Sin perder la cordura, me fijé en el edificio más cercano y pensé que sería una buena idea llegar a cualquier apartamento y pedir ayuda, pero en eso aparecieron un grupo de adolescentes. Les conté y cuando miramos el hombre se alejaba a la misma velocidad con que me seguía.

Los adolescentes me dejaron lo más cerca de mi casa que les fue posible y yo miré al cielo para agradecerle a TODO, entonces vi las bombillas y me pregunté por qué no las encienden.

Cuántos tenemos que pasar el susto, o cuántos tienen que ser violentados para que enciendan, al menos un bombillo en la calle.

Así esta toda la ciudad. Pero en Alamar se han dado casos de pandillas que dan golpes y ni siquiera es para robar. Sin embargo, seguimos en penumbras.

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