En Cuba el cine independiente muere antes de nacer como movimiento

Lynn Cruz

Alexis Seijo García, rector del Instituto Superior de Arte (ISA).

HAVANA TIMES – El pasado 7 de junio, Alexis Seijo García, actual rector del Instituto Superior de Arte, censuró un panel programado dentro del Festival IMAGO sobre cine independiente, en el que estaban invitados los cineastas Alejandro Alonso, Jorge Molina y Miguel Coyula. En el último minuto Seijó se dio cuenta que el nombre de Coyula aparecía en el programa y comunicó a los organizadores del evento su determinación de suspenderlo.

Hace poco más de un año del escándalo que suscitó la censura al filme independiente Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez, durante la Muestra Joven ICAIC. La inconformidad provocada entre los jóvenes cineastas, por la acción arbitraria de los funcionarios con el filme de Ramírez, condujo a la creación del Cardumen, un movimiento anónimo guiado por un manifiesto. En él se retomaba el proyecto de ley que desde 2013 formulara el grupo g-20 de cineastas cubanos.

Jorge Molina

Hace varios meses que la dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) se reúne con los cineastas que producen fuera de esa entidad, para finalmente dar respuesta a las demandas. Entre estas: “El Registro del Creador Audiovisual, el Fondo de Fomento, la Comisión Fílmica, la legalización de las productoras independientes, y, por último, la promulgación de una Ley de Cine ante la obsolescencia de la Ley 169 de Creación del Icaic”.

Según me han contado algunos colegas, no habrá ley de cine, pues todo será regido desde las instituciones. Ese hecho políticamente quiere decir que el poder está absorbiendo a todos los que de manera autónoma han producido y distribuido el cine con mucha mayor eficiencia que el propio Icaic.

Miguel Coyula

Por otro lado aparece el tema de los impuestos. Dado que las instituciones en Cuba obedecen verticalmente al Gobierno, todo aquel que adquiera el carnet de registro, automáticamente estará aceptando que sus tributos no sirven para nada, pues estos solo les brindan deberes, pero ningún derecho.

No se han arrojado luces respecto a los directores y películas censuradas. En realidad esto no es una alternativa, es una mutación de la institución que de espectadora pasiva de las productoras independientes pasa a ser dueña. El poder se dio cuenta que en verdad está perdiendo dinero. Al final, las productoras existían y buscaban los medios de subsistencia, pero no pagaban impuestos.

En un país asfixiado por un embargo económico, comercial, donde los precios no se corresponden con la realidad de los cubanos, imponer un pago regular, especialmente cuando ni siquiera se han creado condiciones para que los negocios funcionen, es una situación verdaderamente abusiva.

Es cierto que el Icaic partió de un sueño que se hizo realidad, pero que pronto se tornó en la pesadilla de los artistas inconformistas que esperaban de la Revolución por su carácter desobediente, libertad creativa, aun cuando salieron obras que supieron cuestionar, Pero poco a poco los cineastas fueron domesticados para hacer un cine que perdiera el sentido crítico de sus inicios, hasta llegar a los años 80, cuando predominaron las comedias ligeras, complacientes. ¿Acaso esta no es una nueva estrategia para apagar al Cardumen? ¿Para abolir al cine independiente?

Alejandro Alonso

Después de ver lo sucedido también con el filme Santa y Andrés (2016), de Carlos Lechuga, no es difícil entender el mensaje de terror que enviaron las autoridades. Primero la desprogramaron del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Luego, algo similar aconteció en el Havana Film Festival de Nueva York, al ser retirada de competencia, y finalmente escribir una carta para difamar a Lechuga, para aniquilar su figura pública. Aunque en economía Cuba sea postcomunista, la retórica pretende que nada ha cambiado y, por tanto, fustiga a los artistas que narran este sentimiento a través de sus obras.

Por su parte, el documental Nadie, de Miguel Coyula (2017), esta vez reprimido por la Seguridad del Estado y la policía, al intentar proyectarlo en una galería privada, ni siquiera se menciona, para sepultarlo en el más absoluto olvido. Es el castigo a Coyula, convertido desde el poder en no persona, en no cineasta, escarmentar, alejarlo de su gremio, tanto que ni la crítica residente en la Isla se refiere a él para bien o para mal.

En este país, desde hace sesenta años todo se repite una y otra vez y siempre la mayoría encuentra una razón para justificar el hecho de que el silencio en este caso significa ponerse del lado del opresor.

 

 

 

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