De cómo se vuela hasta un sueño sin pasaportes

Leonid Lopez

HAVANA TIMES — Describir aquello como sueño era faltar a la realidad. El sueño baraja posibilidades siempre propias, termina en unas pocas horas. Aquel momento era demasiado ajeno, como un animal extraño y confiado que se deja acariciar y luego aleja corriendo.

Sin ir muy lejos. la taza de baño parecía más un asiento de piloto espacial que el sitio que recibiría el último producto de mi digestión. Al sentarme inmediatamente se activó y calentó el asiento. Estaba dotada de un brazo con botones. En ellos letras japonesas, y por suerte, un dibujo de la función a que estaba destinado.

Sin concluir el vaciado estomacal apreté por orden los botones. De repente un chorro de agua a presión comenzó su labor limpiadora. Sonreí, asustado en un principio, feliz como un niño luego.

Entonces, de golpe, como una visión, justo al frente mi madre rasgando el periódico en tiras que servirían de papel sanitario. Entristecí.

Pero no, allí estaban dos flamantes, suaves, rollos de papel sanitario. Me río de estas cosas ahora pero entonces eran casi una proclamación de libertad. Creo que estas pequeñas cosas, que tan rápido se olvidan, dan más sonoridad a esa tan nombrada palabra, de lo que sospechamos.

Luego darme cuenta que desde hace muchas horas los olores familiares habían desaparecido. En su lugar una amalgama de olores sobrios, impersonales, llenaban mi espacio olfativo. El olor a humedad, a sudor, a orín de las calles, a centenares de cuerpos y objetos frotándose, desgastándose, descomponiéndose, todo desaparecido de un tajo.

Ahora solo olores desconocidos a los que identificaba inseguro con lo que debía ser la limpieza, el confort. Respiraba hondo pero no podía nombrar un olor. Desconocía el mundo de los productos de higiene o de cualquier otro tipo.

Un montón de objetos, de formas variadas desfilaban delante de mí, yo lo tocaba todo, olía todo, como si tratara por esta vía de llegar a cierta esencia que adelantara mi comunión con ese mundo.

Al cabo de un rato cierto frescor nació, cierta tranquilidad casi logró ponerme a tono. Pensé que aquel mundo de olores y formas estaba diseñado para diluir las ansias, olvidar el afán de identificación, dejar a un lado el sueño de alzar la cabeza entre la multitud.

Decidí no dar muchas vueltas a esta última idea. Ya era demasiado para mí. Me dejé llevar. Sin embargo, aunque, agradecía estas sensaciones nuevas, mi cuerpo, inadaptado y caprichoso se rebelaba. Enseguida revivieron con fuerza mis alergias.

No, picazón y estornudos no me iban a estropear el día. Aquello no era nada comparado con el salto que había dado. Nada contra 35 años puestos a freír en la sartén del pasado, en tan solo unas horas de vuelo.

Ya encontraría como aliviar mis alergias. Tenía mucho que entender todavía.

Parado desde la ventana, desnudo, veía el sol ponerse en un nuevo punto, los aviones surcaban rutas extrañas, el paisaje parecía tener cuerpo propio, indiferente a las personas. En unas horas vería a la mujer que amaba. Los dos juntos nos lanzariamos a cualquier agujero de Alicia que me esperara.

No escuché sonar el teléfono móvil al lado de la cama. Mi oído no debió reconocer aquel sonido. Solo había usado un teléfono móvil unos cuantos días. En aquel tiempo, que ya parecía tan lejano, en que una amiga me prestó su móvil para hablar, nervioso, con mi novia. Yo en Cuba, ella en Japón. Ahora los dos nos juntaríamos en su suelo.

Si aún no sabía de móviles o de tantos otros objetos, del golpe en la puerta de unos nudillos ansiosos si sabía bastante. Así que sin sacudirme el sueño puse en pie y abrí, no sé cómo, la puerta.

En ese momento, frente a ella, no importaba adaptarme, salir adelante, ser libre. Todo eso sucedía de golpe y era feliz. Sin duda estaba donde debía estar, con quién debía estar.

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