Los nuevos ricos cubanos

Kabir Vega Castellanos

Foto: Yosvany Deya

HAVANA TIMES – La existencia de clases sociales es una faceta innegable en las sociedades humanas. Desde los tiempos de la nobleza esas divisiones existen, pero no estaban sujetas únicamente al capital de cada individuo, sino que las determinaba también su educación. El comportamiento civil era una expresión de la prosperidad.

Cuba, bendecida por la “Hoz y el Martillo”, como uno de sus más sonados logros, suprimió esas diferencias entre los ciudadanos. Es verdad que dejaron de haber condes, marqueses, príncipes…

No todos, pero la gran mayoría pudieron ir a la misma escuela, y aunque siempre existieron privilegios y privilegiados, hubo un tiempo en que las diferencias eran mucho menos visibles, y la gente llegó a creer en la igualdad.

Después de la caída del campo socialista las cosas cambiaron. Las familias dividas por el exilio, si el emigrado tenía buena memoria y ayudaba a los que se quedaron, pasaron a otro estatus. Con las licencias de cuentapropistas, el que pudo instaló su paladar o su casa de alquiler a extranjeros. El que puede, contrata a una persona para que le lave, limpie, cocine, cuide de un anciano discapacitado.

Los trabajos en sectores como el turismo adquirieron un valor inestimable. Así mismo cualquier empleo donde se pueda “raspar” algo.

Foto: Joymi Castañeda

El panadero, el que saca y vende de cualquier fábrica y hasta los que “asedian al turista”, (incluyendo proxenetas y prostitutas), subieron de rango.

El resultado es que, igual que en el ignominioso pasado, sigue habiendo ricos y pobres, dueños y empleados, pero muy pocos muestran tener valores.

En Alamar, reparto concebido para resolver el fondo habitacional de la clase obrera y que prometía ser la “Ciudad del Futuro”, cualquier casa o apartamento en bajos que esté en venta, rápidamente es habitado por uno de estos “nuevos ricos”.

Llegan con su Rottweiler, Husky Siberiano u otro perro caro, símbolo de saludable status. Instalan luces fuertes para prevenir los robos y marcar la diferencia. Si es fin de año no falta el ostentoso arbolito navideño. Y lo más importante: una vez establecidos, demuestran su abolengo sacando sus bocinas de un metro de alto y, ¡reggaetón pa’ to’ el barrio!

Es triste, pero lógico, pues muchos de los ricos o “burgueses”, (como nos enseñaron a llamarlos), presionados por el cambio de sistema se vieron obligados a marcharse. Se llevaron su educación y buenos modales. También montones de intelectuales, artistas o ciudadanos con aspiraciones nobles al ver que la palabra “robar”, cambiaba de significado, optaron y aún optan por emigrar.

Foto: Per-Olov Alfredsson

De los que se quedaron, como sobrevivientes a una guerra donde no se pierde la vida, sino la moral, pocos siguen luchando por no hundirse en la chusmería. Menos todavía consiguen mantenerse vivos preservando su honestidad.

El poder adquisitivo sin marca de nobleza ya invade zonas residenciales como Vedado, Miramar, Playa, Fontanar… en todas partes destacan por su mal gusto, su grosería, su falta de sentido de convivencia. Y lo peor es que no hay mecanismos para parar la invasión.

Lo que quede de bueno a su alrededor terminará por irse o sucumbirá a la pérdida de valores.

 

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