Los cubanos han perdido el respeto

Kabir Vega Castellanos

HAVANA TIMES — Esta frase y similares salen a relucir en forma de reflexión en algunas charlas, en un breve intercambio de palabras o, incluso, de forma espontánea, como si la persona recién lo hubiera descubierto.

El evento que me hizo pensar profundamente en eso sucedió mientras caminaba por el Parque Central de La Habana.

Allí avisté un grupo de jóvenes inclinados ante la estatua de Martí. No de modo respetuoso, sino por el contrario: estaban arrancando las flores a una corona que había sido depositada ahí como homenaje a es figura. Riendo y empujándose, desbarataron el conjunto dejando en el piso un amasijo de hojas revueltas.

Desgraciadamente todo fue muy rápido, solo pude fotografiar a un hombre que hizo lo mismo después, se acercó para robar una rosa que quedaba en el maltratado ramo.

Recuerdo que durante la visita de PETA en la calle Obispo, presencié una escena similar, pero más violenta. Como parte de su promoción del veganismo, además de hablar y repartir folletos, las jóvenes activistas también habían traído unos bolígrafos con forma de frutas.

Unas personas se abalanzaron sobre los obsequios, como en esas fiestas cuando se rompe la piñata y los niños se imponen por la fuerza para agarrar más caramelos que los demás. Pero ver la misma actitud en adultos mayores de treinta resultaba bochornoso. La representante de PETA se mostró asustada, porque pensó que le desguazarían la maleta.

Sin embargo, no sería triste si no fuera, porque desde lo más básico el cubano no muestra respeto a la historia, los valores, el trabajo o la sociedad.

Un manisero puede darte un cucurucho de maní y cuando lo abres descubres que casi todos los granos están quemados. O bien puedes pedir un jugo en una cafetería y encontrar después de pagarlo que estaba fermentado. Así como si vas a un baño público, ya a  una cuadra de distancia puedes sentir el nauseabundo olor de la orina o hasta heces acumuladas.

Muchas veces los tanques de los inodoros no funcionan, pero en cambio hay dónde llenar un cubo con agua corriente. Sin embargo, algunos de los que atienden el servicio no se toman la molestia de descargarlos y pareciera que su trabajo solo consiste en estar sentado exigiendo el peso (CUP) de cada infeliz cliente.

Pero para acuñar la frase que cada día parece cobrar más fuerza, al pasar recientemente cerca del cine de Alamar, (que está clausurado desde que lo conozco), han instalado lo que parece ser un parque infantil por cuenta propia.

Un equipo de audio proyectaba música a altos decibeles. Lo que se oía decía más o menos así:

“Vamos a echar un polvo, o dos, que yo soy tu dios

O tres, pa quitarnos el estrés… (…)

Dime qué sientes cuando la tienes adentro (…)

Miré alrededor. No vi a ningún adulto escandalizado porque su niño o niña escuchara aquello. Tal vez contaban con que no entenderían el sentido de las palabras. Tal vez estaban cansados y veían solo la oportunidad de que los niños se divirtieran girando hasta marearse en los aparatos, liberaran su exceso de energía física y regresaran más tranquilos a casa.

Tal vez “respeto” es una palabra demasiado sofisticada cuando la supervivencia sigue siendo el problema diario básico. Tal vez sienten que reclamar solo es una pérdida de tiempo, y para qué desgastarse si, como también se dice tanto por ahí: “Esto no hay quien lo cambie”.

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