Jorge Milanés Despaigne
Concha, enamorada de Tomás, tiene miedo de dar su brazo a torcer y reconocer sus sentimientos. Tomás es un hombre que demuestra quererle hasta la muerte. Ante esta situación, la familia y los vecinos la presionan para que tome una decisión y se vaya a vivir con él.
Me llama la atención la táctica empleada por sus seres allegados para convencerla. Alrededor de diez huevos (¡plaff!) fueron tirados a la puerta de la casa de Concha durante todo el filme —de ahí la onomatopeya—, solo para que creyera que los huevos eran brujería y se fuera con el enamorado.
El huevo siempre ha sido multipropósito, y en el caso de Cuba, se extiende un poco más allá, llegó hasta la despedida de los que decidieron “arrastrarse” hacia Miami por aquellos años.
Hoy en día solo puedo comer huevos cuando tengo dinero, y si los hay en el mercado. Alguien me dijo: ¡Y gracias que todavía tienes algo que comer!, porque hay quien ni eso.
No creo que hoy sería ético hacer un filme con el mismo derroche de huevos, aunque parece ser que algunos sí sacan de donde no hay, para dejarlos en las esquinas luego de una buena limpieza corporal, según creencias de la religión Yoruba como los tirados en la puerta de la casa de Concha.
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