Jorge Milanes Despaigne
Desde muy joven escogió el difícil arte de hacer poesía, con el fin de liberarse, un poco, de las angustias y desavenencias que la vida le depara. Lo que pasa es que Cuba es un país de poetas. En cualquier parte se encuentra a alguien que diga una poesía, porque somos así, nuestra isla tiene un alma poética.
Ayer me invitó a un espacio de poesía en La Madriguera, sede de la Asociación Hermanos Saíz en La Habana, donde iba a leer parte de su obra y yo habría de darle mi apreciación.
Los poemas que leyó aparecen incluidos en su libro La Pendiente, que recrea un accidente geográfico real, en el que vive.
Bajo una lluvia pertinaz asistimos unos cuantos a la tertulia poética para escuchar, además, las canciones interpretadas por una joven agrupación y los textos de otros tres cultivadores de la lírica.
La poesía de Osmel nos mantuvo todo el tiempo en un estado de grata sorpresa por su nivel de comunicación; limpieza y juego antagónico de amor y odio que establece entre él y la vecindad, entre él y su padre y otros miembros de la familia además de una posible inclusión del mundo animal. El evento de su poesía ocurre en ese declive o pendiente.
En mi opinión, las estructuras y recursos poéticos que utiliza, le han permitido dar un giro importante a su obra, hasta alcanzar el punto de partida que le llevaría hacia el éxito. Espero algún día tener en mis manos La Pendiente en la forma de libro impreso.
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