Jorge Milanés
Fue anhelo equívoco de conquistadores que trajeron a negros desde África para convertirlos en mano de obra esclava; en mano de obra resistente al trabajo duro y al indolente clima del trópico.
También hasta aquí llegaron los franceses, los chinos, los árabes, los italianos y algunos más, que dejaron sus huellas culturales en esta ciudad de palacios, castillos, palacetes, grandes casas y una muralla que luego derrumbaron.
Diversidad armónica de elementos y estilos arquetectónicos llegaron a los aires de esta urbe. Plazas, portales, patios interiores, grandes ventanales, columnas, balaustres, guardavecinos y balcones testigos de las más apasionadas serenatas.
Con tanta belleza todavía escondida en sus calles y edificios, ahora le duele el alma. Sufre y reclama ser reconquistada por la limpieza de sus muros, de sus calles y hasta del alma de su gente.
La Habana, patrimonio que con tanto amor persiste en el tiempo, pero pide a gritos que la acariciemos para lucir su traje de gala, cercenada y olvidada de lo más bello.
Tengo la impresión, que muchos la desagradecen, y esa ingratitud llega a veces al olfato, a la vista, entra por los poros y por los oídos en forma de contaminación.
Son buenas las intenciones del Estado y patrocinios de instituciones como la Unesco, para embellecerla, pero necesita una política social aterrizada, visible, consciente y de respeto al patrimonio por parte de su gente, para que esta ciudad de La Habana, la que todos supuestamente amamos, pueda mantener su encanto.
Pronto es su cumpleaños 500 y no está de gala, falta mucho por restaurar, limpiar y como una antiquísima adolescente, se deprime al ver que su traje no está listo.
Aun así esta Habana sigue dando mucho amor, pero no es correspondida.
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