El otro júbilo

Jorge Milanes Despaigne

Ayer fue el cumpleaños de mi tía. Ella es una señora de 80 años, suave pelo canoso, que disimula con brillantina, y espejuelos que únicamente usa para leer.  Su esposo murió un año atrás y, como aún es costumbre en ancianos y viudas, viste de negro y no le gusta que se escuche música en casa.

A la salida del trabajo me fui a la vieja casa del populoso barrio de Atarés, en el Cerro, donde vive hace más de cincuenta años. Mi prima me había llamado a la oficina para recordarme la celebración de la tarde.

Cierto es que me sorprendí mucho: cuando llegué escuché música salsa y había mucha gente querida que, sin embargo, solo veo en las fiestas familiares.

Al rato de conversar con parientes y amigos, la cumpleañera, que estaba arreglándose en su cuarto, salió a la gran sala, donde no pocos la esperábamos. Lucía un vestido de color verde aceituna, cuyo largo alcanzaba sus tobillos, y unos zapatos de tacón que la hacían parecer más alta.

Estaba rebosante de alegría. “Cumplir 80 años es un privilegio,” me decía, “sobre todo, cuando aún se tienen ganas de bailar con mi sobrino.”  En verdad bailamos, bebimos y más que todo, reímos.  Durante mucho tiempo, esa alegre expresión se había mudado de su rostro y, desde luego, reencontrarla era motivo de gran satisfacción para mí y todos los que la queremos.

Pero creí que su alegría, tan contagiante, rebasaba el motivo de su felicidad, hasta temí que se estuviera enfermando de la mente, quizás principio de Alzheimer.

Más tarde, cuando nos reunimos para cantarle “Felicidades” alrededor del pastel y hacernos una foto, tía nos reveló su otro júbilo:

Querida familia, me place comunicarles que mañana volveré a celebrar mi cumpleaños, esta vez con mi familia de la Florida…