Una mujer chofer anda por La Habana

Isbel Díaz Torres

Para mi hermana Yasmín

HAVANA TIMES — No se trata de una alerta. No. Es justamente lo contrario. Si quieren sentirse seguros y bien atendidos en uno de los tradicionales “almendrones” que inundan La Habana, móntense en el taxi de esta mujer chofer.

Tuve la suerte de conocerla cuando hace unos días me decidí a tomar una de estas máquinas. Por lo general uso el transporte público, pero iba demasiado tarde para llegar a mi trabajo, y opté por gastarme los 20 pesos que cuesta la carrera de San Agustín al Vedado.

Reconozco que me sorprendí al descubrir que tras el volante iba esta menuda y desenvuelta dama con más de 50 años, pelo teñido de rubio, que me espetó unos ¡buenos días! demasiado alto y alegre para mi modorra mañanera.

No obstante, consideré emocionante la situación. Sería la oportunidad perfecta para corroborar o desechar (ahora para siempre) uno de los prejuicios más extendidos en nuestra machista sociedad: las mujeres son pésimas conductoras.

Unas cuadras más adelante una pareja detuvo el taxi. Cuando la muchacha se disponía a abordar el auto, el caballero se percató que tendría que poner su vida en manos de una fémina. Dio un paso atrás, arrastrando a su compañera, quien miró un poco avergonzada a la conductora y cerró la puerta.

La chófer puso en marcha su flamante Chevrolet, y me comentó: “¿pero, qué quieren? ¿no hay espacio suficiente? Debe ser porque soy mujer… ¡comemierda!”.

Era la misma palabra que tenía yo en mente, por lo que la apoyé diciendo: “no se preocupe, ahora demorarán un poquito más en llegar a su destino”, y ambos reímos a carcajadas.

Observé detenidamente el comportamiento de la señora todo el viaje. Saludaba a los otros choferes, a los inspectores de las paradas, y a todos los que entraban a su auto. Agradecía profusamente (con gestos de la mano y diciendo ¡gracias!) cuando otro chofer le cedía el paso o le permitía aparcar.

En una ocasión, salvó a un perro callejero que imprudentemente pretendía cruzar la calle desde la senda opuesta a la nuestra en un semáforo, y ella lo azoró con el brazo, impidiendo que fuera atropellado.

Para colmos, le cobró solamente un pasaje a un padre que venía con su hijo, y que ocuparon dos plazas en el taxi.

Solo faltaba la prueba de fuego: ¿será realmente buena tras el volante?, ¿cómo reaccionaría ante una situación compleja en el tráfico habanero?

En la amplia encrucijada de la Liga Contra la Ceguera tuve la oportunidad. Cruzamos el semáforo por la senda central, de las tres que tiene la calle en ese nivel. Por nuestra izquierda, otro almendrón se adelantó velozmente, e intentó arrimarse, con lo que casi impacta nuestro auto.

La conductora no podía hacer un corte hacia la derecha, pues el carril estaba ocupado por otros autos, de modo que presionó fuertemente el claxon, disminuyó levemente la velocidad, y se desvió solo un poco hacia la derecha, con lo que evitó la colisión.

Cuando pasó por el lado del chofer imprudente le gritó indignada: “¡Compadre, después dicen que las mujeres!”. Intercambiamos comentarios y proseguimos el viaje, mientras ella regalaba saludos y sonrisas a todos.

Por supuesto, de inicio no hubiera sido necesario todo esto para comprender lo injusto del prejuicio, pero definitivamente, fue una lección que puso en ridículo las actitudes discriminatorias contra las féminas.

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