Soy underground

Isbel Díaz Torres

HAVANA TIMES — ¿Ustedes son ‘underground’? Así nos espetó hace poco una muchacha, cuando Jimmy y yo fuimos a visitar a una amiga al hospital donde espera dar a luz a una bebe. Por supuesto, la pregunta no quedó allí.

Nos miró de arriba abajo, como midiéndonos. En realidad no sabíamos qué responder, pues la muchacha, junto a una enfermera, estaba al frente de la sala del hospital, adonde habíamos llegado fuera del horario de visita. Teníamos que ser cuidadosos, pues una respuesta equivocada podría impedirnos entrar a ver a nuestra amiga.

Pensé que, después de todo, la etiqueta de ‘underground’ no me disgustaba, aunque me considero una persona más bien convencional en mi apariencia externa. Incluso, ya no llevo la fina trenza en mi cabello, ni tampoco el ‘chivo’ o barba en la cara. En el caso de Jimmy, siempre con vestimenta sencilla y bastante común, aquello se justificaba menos aún.

De modo que sonreí y le dije que sí, aunque no me quedaba claro lo que significaba ‘underground’ para ella. Por mi mente pasaban determinados ‘tipos’, cuyas señas externas podrían conducir mejor a ese calificativo: algunos raperos, rastafaris, pintores, por ejemplo.

Ello, por supuesto, con la comprensión de que se trata de una evaluación superficial y gratuita.

Entonces, la muchacha nos explicó. O al menos eso pensó ella. “Es que ustedes no son ni mikis, ni repas”… Apenas pudimos contener la carcajada. Tales términos, que la juventud cubana actual utiliza para describir a determinados grupos en referencia a sus prendas de vestir, al tipo de artistas preferidos (dentro de un estrechísimo rango), y los lugares de ocio que frecuentan, por supuesto que no podrían sernos aplicados.

Pero pensar que si no se es ‘miki’ ni ‘repa’, entonces necesariamente se es ‘underground’, me hizo comprender lo concentrada que está la gente en sus propias lógicas y dinámicas cotidianas, que les impide verificar en su realidad individuos diversos.

¿Es que podría ser de otro modo? Pienso, y no tengo una respuesta clara para ello. Recuerdo a mi propia madre que, a veces, lanza esas frases lapidarias como “A todo el mundo le gusta Álvaro Torres”, y me imagino que sea bastante común que las personas consideren sus estándares como universales.

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea”, decía Martí al comenzar su hermosísimo ensayo Nuestra América.

Como para confirmar mi tesis, la muchacha en cuestión fue más allá, y extendió su etiqueta a todas las personas que habían visitado a nuestra amiga hasta el momento.

Después seguí analizando todo aquello, y descubrí algo. En determinados círculos intelectuales, donde son comunes estudios que analizan la ‘marginalidad’, lo ‘popular’, lo ‘alternativo’, lo ‘folclórico’, allí el prisma se invierte, y la pintoresca y vivaz muchacha que me interpeló sería entonces la ‘underground’.

En tales ámbitos, el calificativo pudiera incluso tener connotaciones elitistas, racistas, como la postura de aquella Doctora que no hace mucho, en un Simposio de Estudios Culturales, me gritaba desde su mesa de jurado que “de la marginalidad solo puede esperarse el caos”, mientras un odio puritano cubría de rojo su blanca y cuidada piel.

Poco después la vi en el Instituto de Antropología, durante la presentación del valioso libro “Los marginales de las Alturas del Mirador. Un estudio de caso”, del investigador Pablo Rodríguez. ¿Para qué lo querría? ¿Estaría buscando las armas del enemigo para defender sus tesis?

Por otra parte, en un país donde lo ‘underground’ en el ámbito económico es el modo operandi más socorrido para romper las barreras estatales y lograr sobrevivir, frisando la ilegalidad y la corrupción, pocos lograrían escapar a tal denominación.

De modo que me siento muy cómodo con mi nueva etiqueta. Ya la sumaré a las muchas otras que la sociedad constantemente impone a sus individuos y grupos. Con no tomárselo demasiado en serio pienso que es suficiente para mantenerse a salvo.

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