Organopónicos estatales a merced de privados

Isbel Díaz Torres

HAVANA TIMES – Vivo en plena ciudad, pero rodeado de grandes organopónicos; no obstante, cada día es más difícil llevar alimentos frescos y saludables a mi mesa, y no precisamente a causa de los precios.

Para quienes no están familiarizados con el término, un organopónico es una especie de huerto en la ciudad o sus alrededores, en la que se cultiva sobre un sustrato formado por suelo y materia orgánica mezclados en un contenedor, y que se debe basar en principios de agricultura orgánica.

Lo cierto es que esta opción, muchas veces desconocida o ignorada por la población, es casi la única oferta estatal de vegetales frescos, a precios módicos, y relativamente cerca de las casas de las personas.

Lo que primero salta ante la mirada de cualquier usuario es la falta de variedad en las ofertas. En dependencia de la época del año, es posible encontrar lechuga, acelga, pepino, cebollino, rábano, tomate, sábila, moringa, noni, ají, espinaca, remolacha, zanahoria, y algún otro.

Pero difícilmente puedan coincidir todos estos productos a la vez. Hoy, en el de la esquina de mi casa, solo había cebollino, a 7 CUP el mazo (precio por encima de lo común, debido a la extinción de la cebolla), y solo las hojas, sin los bulbos.

Pero lo novedoso en los últimos tiempos es que, además de tener baja productividad, cuando el usuario llega, ya no queda nada de la cosecha de ese día.

Bien temprano en la mañana, mientras la mayoría nos dirigimos a nuestros centros de trabajo, los dueños de paladares envían a sus compradores a cargar con cuanta cosa verde aparezca en esta ciudad.

Tres o cuatro autos parqueados frente a un organopónico es la señal inequívoca de que ahí nada podrás comprar, pues los maleteros saldrán repletos. Ya antes de las 12 del día, no queda ningún vegetal en tarima.

La huerta organopónica cubana se desarrolló a partir de 1987, pero alcanzó su mayor crecimiento después que la crisis económica cubana tocara fondo en 1994.

Mi experiencia de más de diez años frecuentando estas instalaciones productivas, me hacen considerar que ahora se encuentran en un período de transformación de su objeto social.

Una modelo que pretendía contribuir a la disponibilidad de alimentos (en particular de productos frescos), y que estaba enfocada a beneficiar a la población de bajos ingresos a través de la mejora de la nutrición y la generación de empleo; se ha convertido en la principal proveedora de los restaurantes capitalinos.

De este modo, los organopónicos estatales vienen a suplir la carencia de un mercado mayorista de vegetales frescos, para surtir los negocios privados.

Tenemos que morir entonces en los agromercados, con la arbitraria subida de precio de la cebolla, el ajo, el ajonjolí, el maní, los frijoles, el boniato, y casi cualquier otro producto, aunque la prensa nacional no hace mención a estos sutiles ascensos.

En mi próxima entrega comentaré un poco sobre cuán poco de limpio, ecológico y sostenible queda en esta noble tecnología de los organopónicos, veinte años después de su aplicación en la isla.

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