Coppelia una semana después

Isbel Díaz Torres

Al mirar con detenimiento comprendí que en realidad se trataba de una estrategia diversionista.

HAVANA TIMES — Después de mi pasado diario sobre la decadencia de la mayor de las heladerías cubanas, Coppelia me sorprendió este fin de semana con una nueva oferta: ¡en la tablilla se anunciaban veinte especialidades!

No podía creer que mi artículo recordando las 24 combinaciones y 26 sabores de Coppelia allá por 1966, pudiera tener tan benéfica repercusión. Aquello había que comprobarlo.

Al mirar con detenimiento comprendí que en realidad se trataba de una estrategia diversionista, pues en esencia se trataba de ofertar cantidades varias de bolas de helado: sundae (1 bola), jimagua (2), tres gracias (3), supertwins (4), ensalada (5).

No obstante, más interesante que esas, eran otras especialidades, que combinaban el helado con dulces como tocinillo del cielo, tatianof, rollito, gaceñiga, flan. Eso parecía más atractivo.

También estaba la opción de Vaca pinta (refresco de naranja con helado) y vaca negra (refresco de cola con helado), por lo que me decidí a entrar. Existía la posibilidad que me estuvieran dando lo que acá llamamos “una galleta sin mano”.

¡Gran fiasco! Había lo de siempre: helado.

Podías pedir desde 1 hasta mil bolas, pero era simplemente helado, sin especiales decoraciones o diseños. De todos los dulces anunciados solo había rollitos y gaceñiga, que los ponían abultados en un plato aparte.

Todos los platos llevaban, invariablemente, dos o tres galleticas dulces, y un poco de un polvillo indescifrable encima.

Nada de vaca pinta, ni negra, ni rosada: agua fría era el líquido disponible.

Mesas vacias a pesar de la larga cola para entrar.

En cuanto a los sabores, de los tres anunciados (fresa, naranja piña, y vainilla) solo había fresa y vainilla. Por tal razón, no pude disfrutar de los sabrosos “casquitos de chocolate”, sino “casquitos de fresa” esta vez.

Por supuesto, como siempre hago, pedí que me cambiaran el plato y me dieran otro con las bolas llenas, como debe ser, a lo cual la amable dependienta accedió de inmediato, sin chistar.

El servicio estuvo bien lento, y mientras muchas personas esperaban al sol fuera de la heladería, la mitad de las canchas estaban con sus mesas vacías.

Los dependientes estaban bien ocupados: tenían una mesa donde cada minuto entraba alguien (todas fueron mujeres mientras estuve allí), entregaba una gran bolsa, y en menos de un minuto ya estaba de vuelta, con una o dos tinas de helado, bien encubiertas con ropas.

Eso lo hacían frente a la mirada cómplice del público, y mirando con insistencia hacia la escalera, por donde podría aparecer algún inspector o administrativo, supongo.

En fin, que mi sospecha era cierta: la carta bien surtida era una estrategia diversionista. Espero que el bloguero cubano Enrique Ubieta, a quien pude ver allí exhibiendo un pulóver con bandera del 26 de julio, denuncie esta falacia en su blog La isla desconocida. Quizás entre todos podamos hacer revolución en Coppelia.

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