Maricones y homofóbicos

Por Irina Pino

HAVANA TIMES — Se les llama maricones, truchas, pájaras, chernas, locas… pero todas no dejan de ser expresiones despectivas. La peor ofensa hacia un hombre es decirle maricón. Y es que, la homofobia está arraigada, enquistada, tanto como el propio machismo.

Decimos, “vamos a luchar contra la homofobia”, y la acción que corresponde es la inclusión, no luchar contra los que no soportan a este grupo social, ¿pero, por qué grupo social, por qué aislarlos, no son seres humanos como todos los demás?

En un espacio matutino de la televisión, un periodista, con apariencia gay –creo que es el único que he visto–, hizo varias entrevistas a los que participaron en la conga que se hace contra la homofobia. Las respuestas de los entrevistados eran las mismas, y se sentían felices con aquel desfile lleno de colores y de libertad. Sin embargo, un día de conga con disfraces no va a solucionar este mal. Fue raro ver aquella multitud llevando pancartas con mensajes ajenos a sus verdaderas prioridades, a sus derechos más urgentes, como el matrimonio homosexual y la adopción.

¿Se imaginan un presidente gay? Digo, abiertamente gay. Eso sería algo extraordinario, además de romper con todas las reglas establecidas.

A ver, ¿por qué en la televisión no existen programas que traten temas concernientes a los homosexuales y a su realidad? En Telesur vi un programa muy interesante que trataba esos asuntos.

De los homofóbicos existe un punto y aparte; mi barrio siempre estuvo plagado de esa gente, muchachos que se burlaban de los pobrecitos gays, y los maltrataban. Uno de ellos, el más tapiñado, tenía que meter por el pasillo de su casa, de madrugada, a los chicos que conocía por ahí, para poder tener sexo, porque su padre era el homofóbico más horrible de todos,le daba golpes si veía que se le notaba una sola pluma. Entonces tenía que poner cierta voz cuando hablaba, y vestirse de forma masculina.

Ese jovencito faltaba a la escuela a menudo, porque sus compañeros de aula se reían de él y no podía soportarlo. Cuando se conoció la enfermedad del SIDA en Cuba, lo citaron del policlínico para que se hiciera el examen. No sé si recuerdan un post mío en el que hablo de que a mí también me citaron para eso, pues yo andaba con él y éramos amigos. A veces escuchaba rumores de que yo era lesbiana por salir con él, pero eso no me importaba en lo más mínimo.

¿Y por qué lo llamaron a él y no a otros jóvenes de mi cuadra que se sabía eran promiscuos?

Siempre me he identificado con los gays, me encanta la compañía de ellos, nos llevamos bien, quizá porque tenemos afinidades en común.

Mi otro amigo sí se ponía ropa de colores intensos, usaba el rosado y el amarillo, “puro foco”, tampoco ocultaba sus suaves maneras. No se avergonzaba de nada. El gay tapiñado lo llamaba “loca de carroza y con balcón a la calle”.

Y para concluir con la historia, a los pichones homófobos les encantaba jugar en los dos bandos, supe que tenían doble moral, porque sé que algunos tuvieron relaciones sexuales con mis dos amigos, a escondidas; claro que, se proclamaban “machos” a la luz pública, haciéndose los de las novias, decían que levantaban chiquitas en las fiestas, y que luego se las templaban por ahí, aunque en realidad ellos cedían a otros impulsos y se dejaban hacer sexo oral por esos maricones, incluso les metían los penes.

Yo lo sabía todo, y veía la falsedad de la fachada que ellos proyectaban. Uno de esos chicos, el mejor de todos, le dijo a mi amigo después de estar con él: bueno, muchas gracias, he tenido mucho gusto…

 

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