Dos viajes a Alamar

Irina Pino

Campo florida. Foto: Elio Delgado Valdés

HAVANA TIMES — Una tertulia entre amigos siempre es una opción interesante, la retroalimentación fluye, y el saldo espiritual nos hace mejores personas. Las horas pasan y apenas lo notamos.

Hace varios meses mi amiga Verónica organizó el evento. Aquella mañana fui a buscar el P3 en el Puente de Hierro de El Vedado, para dirigirme a Alamar, donde vive con su esposo pintor, y su hijo Kabir, ambos colaboradores de HT.

Después de la media hora llegó el ómnibus y cargó pasajeros, en el trayecto se llenó aún más, tornándose super incómodo viajar de esa manera. Apenas podía moverme del asiento.

El paisaje que desfilaba ante mis ojos, no era nada agradable: Guanabacoa, San Miguel del Padrón, 10 de Octubre, y otros municipios de la periferia de la ciudad. Panorama donde la miseria casi se podía tocar: calles sucias y desmembradas, fachadas mugrosas, gente empobrecida.

Hasta la vegetación carecía de verdor. Eran como las páginas de un libro que se va deteriorando, carcomido por las polillas. La aventura duró una hora y cuarenta minutos. Tenía el cuerpo entumecido.

La velada fue buena, compartimos pensamientos, escritos, y películas. Los siete gatos y el perro de mi colega nos rodeaban, ofreciéndonos ternura.

Regresar fue una experiencia molesta y desesperante. Dentro de la guagua, un mendigo alcohólico vomitó y regó comida por el piso. Las personas ni se inmutaron. Cada cual siguió en sus asuntos. Tardé como dos horas en llegar a mi casa.

El domingo pasado, hice la segunda travesía a tan alejada comarca, se haría otra tertulia. Sin embargo, todo fue más fácil: decidí tomar desde Miramar un taxi hasta el Capitolio, allí me acomodé en otro taxi, de los colectivos que llevan más pasajeros. Me armé de paciencia hasta que terminaran de llenarlo, pues hay personas que se dedican a captar viajantes, gestión que el chofer debe pagar.

Cuando al fin se completaron todos los asientos, que incluían gente que transportaba enormes bultos, cartones de huevos, cubos plásticos y otros enseres, partimos.

El trayecto, en esta ocasión, fue bordeando el mar, para luego adentrarse en La Villa panamericana, La Habana del Este, para llegar finalmente a Alamar. Lo único desagradable fueron unos videos de música regaetton a todo volumen, con imágenes grotescas de strippers cubanas. Por lo demás, fue bastante rápido.

No me asombró demasiado ver montones de basura en cada esquina, latones desbordados de inmundicias, y a la gente en plena indiferencia con el contexto.

Cuando llegué al apartamento de Verónica, se sentía la buena vibración. Hubo agradables conversaciones y todos leímos nuestros textos.

En este último viaje fueron cuatro taxis en un solo día (40 pesos), en vez de los horrendos P3 que monté en la primera visita, en los que solo pagué 80 centavos. La tranquilidad que da tener dinero en el bolsillo para estos casos es importante. El tiempo que se pierde en las guaguas es irrecuperable.

Ojalá se construyera algún día un metro en La Habana para recorrer largas distancias.

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