Dejar los libros de lado

Irina Pino

HAVANA TIMES — A menudo, vienen a mi hogar amigos de mi hijo del pre y otros del barrio a jugar videojuegos en la computadora.

Es cierto que a veces hay una bulla inaguantable y quiero echarlos a todos. Pero en otras, mientras mi hijo se ducha y ellos esperan por él para reanudar el juego, trato de comunicarme con los chicos para ver en lo que andan. Claro que sin ánimo de entrometerme, solo tratando de conocer la visión de una juventud que vive inmersa en ese ritmo trepidante de los juegos y las series mangas.

Y entre muchas preguntas, le hago la que se refiere a la literatura: ¿algunos de ustedes leen? Les pregunto con curiosidad no muy marcada.

Por turno me responden, por ejemplo, David me dice que eso de leer lo detesta, prefiere ver los paquetes semanales que su madre compra. Donde se perfectamente que abundan buenos materiales educativos y otros de interés. Hace poco estuve leyendo un artículo donde una periodista defendía esta opción de entretenimiento.

Pablo me habla de que en su casa nadie lo hace, que no es usual ver a la familia con libros, ni siquiera tienen libreros. Los de texto de su escuela los guardan en un armario. Sus padres, consumen telenovelas y comedias románticas. Los dos quieren desconectar por la noche.

Neni cuenta que una vez se atrevió a leer un capítulo de Tom Sawyer porque una niña de su aula se lo había recomendado, aunque luego lo tiró en un rincón, y se lo devolvió al día siguiente. Le resultó sumamente tonto para su gusto.

Y por último, mi propio hijo expresó sus preferencias. A pesar de ver a muchos de sus familiares leer y cultivar esta afición, no lo desea saber de libros. Las series y juegos mangas ocupan parte de su tiempo, y le resulta más excitante la experiencia. Además de jugar y ver futbol.

A la nueva generación no le preocupa el pasado, sintetizan las cosas y viven al día. Dejan de ejercitar la imaginación y escogen lo palpable, el ahora. El romanticismo dejó de ser una moda. Sus tácticas y estrategias son más simples. Y el mundo interior pasa a un segundo plano. La tecnología se despliega y engulle de muchas formas. El libro digital ya ocupa un lugar importante, pero leer una pantalla no es una tarea que atrape demasiado a la gente, al menos más dos horas, pudiendo ser hasta perjudicial para la vista tanto esfuerzo.

Estoy segura que existen muchos jóvenes que no caben en este saco o reflexión personal, y conozco al hijo de una colega y amiga, que escribe una novela fantástica, además de haberse leído varias obras de Shakespeare.

Lo cual me hace pensar que esos se salvan y salvan a la literatura. Por lo menos no la excluyen ni la ven como una amante aburrida.

No pretendo hacer una investigación sociocultural ni mucho menos de este fenómeno, solo me limito a contar mis experiencias. Existen demasiados asuntos relacionados con esto de no querer leer.

Sin embargo, para mí constituía una apasionante aventura, incluso mi padre y mi hermana me leían en voz alta, cuando por alguna razón me hallaba enferma o convaleciente. Era como estar oyendo uno de esos audio-libros, no obstante, con una calidez insustituible que una voz mecánica nunca logrará.

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