¡Viva el mar, viva la libertad!

Irina Echarry

Diana Nyad. photo: plus.google.com

HAVANA TIMES — Cuando pienso en el Estrecho de la Florida, a la cabeza me vienen balseros y tiburones rondándolos, tragándose a uno de vez en cuando.

Conozco algunos de esos osados que se tiraron en embarcaciones precarias, y en sus historias de travesía lo más temido era caer al mar.

Sin embargo, enfrentándose al terror del océano y sus criaturas, a lo vasto y oscuro que puede devorarnos, una norteamericana de 62 años está en estos mismos momentos dando brazadas desde Cuba hacia las costas de la Florida.

Nadie ha conseguido antes esta hazaña; ella y otra mujer lo han intentado en vano. Reconozco que es una proeza física y mental, aunque en lo más profundo de mí no le encuentro sentido, no le veo la gracia a pasarse más de 60 horas (esa es la expectativa) nadando sin parar en un estrecho lleno de alimañas, olas inmensas, corrientes peligrosas. ¿Por qué? ¿Por romper un record, por promover las buenas relaciones entre Cuba y los Estados Unidos?

Miro a mi alrededor, otras mujeres de la misma edad pasan su tiempo frente al televisor, veo sus cuerpos destruidos por la vejez y la inactividad física, las comparo con la altiva nadadora, y claro que se nota la diferencia, pero ¿es necesario tanto riesgo, fatiga y recursos para mantenerse en forma?

Aún así, mirado desde cierto punto creo que sí, que algo puede sacarse del símbolo que representa Diana Nyad, dios la cuide de los escuálidos.

Amanecer en el malecón de La Habana. Foto: Caridad

Antes que llegaran la modernidad y el desarrollo con sus aparatos sofisticados, parece que viajar era, paradójicamente, mucho más fácil que ahora.

Tal vez no largas distancias, pero los caribes (igual que otros habitantes de la zona) recorrían en canoa el mar que lleva su nombre, sin necesidad de tarjeta blanca.

Sin ir tan lejos; hace menos de un siglo no era tan difícil conseguir un viajecito en vapor a otra isla del caribe o al continente, bastaba estar dispuesto a realizar trabajos duros durante la travesía.

Ahora en cambio, aquí estamos los cubanos, sin recursos, como presos porque, además de las disposiciones burocráticas, un billete de avión cuesta una fortuna para nosotros.

Para colmo está el peligro de que los cielos congestionen si todos viajáramos en avión, así que, aunque tal vez no haya sido su idea, aprovechemos el viaje de Diana para recordar que el mar es una vía libre de comunicación para las personas, no solo para los supertanqueros o los barcos cargados de mercancías.

Un puente usado desde antaño para el intercambio humano de todo tipo, y sobre todo para sortear las disposiciones coercitivas emanadas de los centros de poder, como fue la España colonialista y otros sistemas que conozco.

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