by Irina Echarry
HAVANA TIMES — No había excusas: no llovía, la gente estaba informada, la reunión sería antes del horario sagrado de la novela y la “visita” llegaría temprano. Solo faltaba que el reloj marcara las ocho de la noche para comenzar.
En mi edificio, desde hace dos años, nadie quiere presidir el CDR. Dicho así, pareciera que estamos ante una situación de resistencia, un enfrentamiento contra lo decadente. Algunos pudieran pensar que nos acercamos al momento en que los cubanos (al menos, los de mi cuadra) deciden tomar las riendas de su vida y mandar al diablo los engendros “revolucionarios” de hace décadas.
Vayamos por pasos, es mejor no dejarse engañar.
La famosa “visita” era de la dirección del núcleo zonal, o sea, militantes del PCC jubilados que siguen en activo por su zona de residencia.
La secretaria del PCC dejó claro, desde el inicio, que no estaba ahí por su propia voluntad, era una tarea que debía cumplir: “Lo de nosotros es orientar, supervisar, pero debido al gran problema que representa un CDR acéfalo…”
Sí, eso mismo me pregunté: ¿qué hace el Partido tratando de “resolver” una situación de la “verdadera sociedad civil”?*
La dirigente -en un tono muy suave- siguió su guion: “Si hoy no elegimos a alguien, tendré que verme en la difícil obligación de informarlo, y es una pena porque este edificio antes hacía muy buenas actividades, tenía lindo el jardín y la gente era entusiasta…”.
Nadie habló.
Era cierto, reinaba un silencio sepulcral.
Ante esa situación, otras dirigentes –solo intervinieron mujeres- tomaron la palabra para recordarnos que el CDR es “nuestro modo de vida”. Tratando de aferrarse a algo más contundente, acudieron a la Constitución: “en el capítulo cuatro se habla de la importancia y la función de la familia”. Luego, a los hombres ilustres: “No por gusto José de la Luz y Caballero dijo que la educación empieza en la cuna, y la cuna está en la familia, y la familia en el CDR, con todos los vecinos”.
Pero la gente seguía sin hablar.
Entonces, con rostros de desespero, sacaron la varita mágica; si a los niños se les asusta con “el coco” o “el hombre del saco”, para los adultos hay una palabra atemorizante: contrarrevolucionario.
Sí, a estas alturas la gente responde cuando se sienten acusados de no ser revolucionarios. Sé que cuesta trabajo creerlo, pero es la realidad.
Enseguida comenzaron los murmullos de molestia. Una señora de la vieja guardia cederista tomó el cargo. No hubo votación, sin importar si la gente estaba a favor o no, se dio por terminada la reunión.
Aplausos, la palabra dignidad generó cierta euforia entre los presentes:“No queremos que venga nadie a dirigirnos, sabemos hacer las cosas, y las haremos entre todos, aquí nadie es contrarrevolucionario”.
Debo aclarar que el revuelo no era provocado por ningún temor, no se trataba de miedo a ser mal visto y recibir una mala verificación**; era algo más parecido a una ofensa por el “honor manchado”.
Me encanta ver unida a la gente que aprecio, relacionándose sin grandes conflictos, solucionando entuertos, compartiendo, etc. Sin embargo, resulta patético cuando esa unión es forzada, apelando a algo tan confuso y absurdo como los CDR, una organización moribunda que se empeñan en mantener viva a toda costa. Nadie se cree el cuento de esa vitalidad tan cacareada en los medios de prensa, muy pocos le encuentran razón de ser; pero ahí está, dando guerra en los barrios.
Notas:
*Cuando la Cumbre de las Américas el Gobierno defendió la idea de que los CDR (junto a otras organizaciones de masas) son parte de la “verdadera sociedad civil”. Si así fuera, no tendría que ser orientada o supervisada por el Partido de turno.
**Algunos centros de trabajo verifican en el CDR la actitud revolucionaria y el comportamiento social de su futuro trabajador; muchas veces, de esa verificación depende el empleo.
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