Irina Echarry

Playa de Cuba. foto: Caridad

En cualquier país del mundo viajar tiene la connotación que merece: permite conocer nuevas geografías, gente distinta. Incluso, muchos viajan para trabajar y mejorar su situación económica.

Atrás queda la familia, los amigos, el sitio donde creció la persona. Desde el momento de la partida, la nostalgia se apropia de la gente (de los que se van y de los que se quedan) de tal manera que nada parece compensar la lejanía.

En Cuba apenas unos privilegiados viajan. Están los que dirigen el país y tienen el poder de entrar y salir cuando desean. Otro grupo es el de los que tienen familiares en el extranjero y van a visitarlos.

A algunos el Estado no les da permiso para salir del país por alguna “secreta” razón (aunque nunca lo dicen, todo el mundo sabe que esta negativa depende del historial de cada uno: los que piensan distinto al gobierno son castigados así).

Y otro grupo es el que sale por vía estatal, o sea, por el centro de trabajo. Este es el caso de una amiga que ahora está de viaje. El centro de trabajo (o quien decide ese asunto de la salida y la entrada al pais) dispuso su partida por unos meses. Es una amiga de muchos años, hemos pasado buenos y difíciles momentos.

Pero cada vez que le digo a alguien lo triste que estoy con su ausencia, la respuesta no se hace esperar: ¡qué bueno, ahora podrá resolver!, ¿por qué estás triste?

“Resolver” es una palabra que encierra muchas cosas, pero todas son materiales. Es cierto que cuando alguien viaja de esa manera tiene la oportunidad de, con el dinero que le da el Estado, saldar algunas deudas pendientes consigo mismo como ser humano.

Esto puede ser desde comer chucherías que nos están prohibidas por “el bloqueo” y la escasez, calzarse y vestirse como desea, adquirir libros que aquí no se encuentran, hasta comprarse una computadora (que aunque ya las venden en las tiendas hay que pagarlas en CUCs y los trabajadores cubanos cobran su salario bajo en pesos (MN), es decir también están prohibidas para la mayoría).

Lo más triste es que eso de “resolver” sucede cuando otro lo dispone. No está en nuestras manos determinar cuándo queremos o necesitamos resolver las cosas, ni por cuanto tiempo. Si a eso le sumamos lo más importante y que casi nadie menciona que es la ausencia de la amiga, amigo o familiar, la situación no es como para alegrarse.

Muy pocos piensan que mi amiga estará expuesta a situaciones de violencia a las que no estamos acostumbrados en Cuba. Aquí conocemos otros tipos de violencia, pero es raro sentir disparos en plena calle, ver niños trabajando para subsistir, o sentir inseguridad extrema al regresar del trabajo caminando por la ciudad.

Muy pocos se preguntan si mi amiga quería salir ahora, si su estado emocional resistirá el cambio, si dejó asuntos pendientes por acá.

Lo que cuenta es que ella es una de las pocas privilegiadas que alguien decidió que podía viajar. Y hay que aprovecharlo. En fin de cuentas ella (como todos) tiene muchas cosas que “resolver.”

Habrá que resignarse al correo virtual para saber de su vida. Ah, y a los diarios que publique en Havana Times.

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