Pandemia y crisis, ¿cómo sobrevivir?

Por Irina Echarry

HAVANA TIMES – Acabo de recibir un combo de productos de aseo. Para quienes no entiendan, combo es una palabra que se ha puesto de moda en Cuba. Se usa en sustitución de paquete y agrupa varios productos.

Mi combo.

Mi combo está compuesto por papel higiénico, un jabón, un desodorante, dos bolsas pequeñas de detergente en polvo y un pomo de champú anticaspa. Además, le sumaron una botella de aceite. No tuve que salir de casa, pues la tienda los reparte a domicilio. El costo total, contando el viaje, fue de 12.85 CUC que, cuando los convertimos a pesos, son alrededor de 300.

Enseguida pensé en Nerys, una vecina. Ella tiene una hija de 13 años y trabaja como custodio de una empresa en la Habana Vieja, por un salario de 420 pesos mensuales. Con el lio de la Covid-19, la empresa ha priorizado a los empleados que viven cerca y Nerys ha tenido que quedarse en casa, en Alamar, recibiendo el 60% de su salario, menos de 300 pesos. Ella, que pertenece a esa sobrecargada generación sándwich, también tiene a su cargo a la madre, jubilada con una pensión ínfima.

Para Nerys y su familia sería difícil o casi imposible adquirir este paquete. Lo mismo sucede con los alimentos. Quizá pudiera pagarlo una vez, pero ¿cómo sobrevive el resto del mes? Lo que venden por la libreta de abastecimientos no alcanza.

¿Cómo viven?

Me hago la pregunta constantemente. ¿Cómo vive Nerys y toda la gente que no está trabajando? Ya no solo se trata de pasar horas en las colas, sino de no tener con qué comprar.

Nerys ya vendió lo que podía. Ya ha hecho trueques de azúcar por arroz. Ha ido varias veces caminando hasta Párraga, en el municipio Arroyo Naranjo, donde tiene un amigo que la ayuda con comida. La distancia entre Párraga y Alamar supera los 15 km. También limpia la casa de una vecina por un poco de dinero. Y hay días en que Nerys no sabe qué va a poner en la mesa.

Muchas personas están en la misma situación. Quizá algunas tengan más ayuda que Nerys, y otras sean menos jóvenes, con menos opciones. Por las calles se ven rostros atormentados y de disgusto. La gente ha sacado sus ahorros, más el salario, la ayuda que reciben y lo que pueden inventar, todo es destinado a la comida.

Ahora mismo no se puede comprar otra cosa. Si te quedas sin zapatos o necesitas un ventilador en estas noches tan calurosas, estás en un serio problema, a no ser que tengas una cuenta en dólares, pues esas tiendas sí son surtidas con frecuencia.

El Estado no logra garantizar la comida de manera estable, por lo que hay que recurrir al mercado ilícito que sigue existiendo a pesar del fuego al que está sometido.

Hace un mes compré un paquete de café cubita de 115g en 5 CUC (=USD), ayer me lo propusieron a 8. Un pomo de detergente líquido también costó 5 CUC y no alcanzará para muchos días, porque tiene gran cantidad de agua.  Pero más importante, si Nerys necesita leche para su hija o su madre anciana, tendría que pagar de 6 a 8 CUC por una bolsa de 1kg (seguimos en el mercado ilícito, porque en las tiendas no hay). Hasta hace unos meses el precio era estable: 4 CUC.

Me siento afortunada por recibir tanta ayuda. Amigos y familiares me han hecho esta etapa menos sórdida, menos agónica, y me han permitido ayudar a personas como Nerys.

Cuando en marzo el país informó sobre los primeros enfermos de Covid19 y anunció las medidas correspondientes, incluía cambios en el sector laboral. Los trabajadores que no aplicaban para trabajo a distancia o teletrabajo, pero debían quedarse en casa, cobrarían el 100% de su salario el primer mes, luego el 60%. Ya han transcurrido seis meses, nunca el salario completo ha permitido cubrir los gastos, con el 60% y una crisis agudizada por el coronavirus y otros muchos factores, es peor.

Hay un grupo importante -parte de la población económicamente activa que ahora se ha visto desplazada- que sobrevive con profundas carencias materiales, desajustes emocionales, pensando solo en el fatídico presente. Muchas son mujeres que cuidan de hijos y ancianos a la vez, muchas son madres solteras, muchas son el único sostén de la familia; amistades y vecinos ayudan en lo que pueden, pero el Estado debería pensar más en ellas.

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