Irina Echarry
El país invitado de honor es la República Oriental del Uruguay y, por supuesto, se homenajeará a Mario Benedetti y a Eduardo Galeano.
La Feria del Libro ha llegado a ser el evento más concurrido del año, incluso, más que el Festival Internacional de Cine.
El domingo 14, en el complejo Morro-Cabaña no se podía dar un paso. Multitudes de jóvenes, niños y adultos llenaban el recinto, pisoteando el césped recién cortado, tirando basura al suelo y sacudiendo el ambiente con sus gritos.
Lo primero que llama la atención al entrar a la Cabaña es el colorido de los parques infantiles inflables, lástima que no exista una regulación sobre la música que utilizan sus propietarios para atraer al público; el reguetón y sus peores letras son el atractivo.
“No hay más ná, ¿a dónde podemos llevar a los niños pá que corran y retocen? ¿En qué lugar pueden reunirse los jóvenes sin gastar tanto? Es una realidad, la Feria es un espacio socio-cultural más que una cita literaria”. Así hablaba una conocida periodista a sus amigos, convencida de que muy pocos van por libros. Para nadie es un secreto que los incentivos más fuertes del gran público son la comida, el esparcimiento y la pacotilla impresa.
Por ejemplo, siempre que se venden libros de cocina se agotan inmediatamente, sin embargo, la sala 2 del Pabellón A-5, donde el estudioso Jorge Méndez ofreció una conferencia sobre el diseño y la gráfica en la literatura gastronómica, no tuvo buena concurrencia. Solo cambiar los términos y ya la gente se confunde. El espacio Degustando la palabra es una de las novedades traídas a esta edición por el proyecto Cocina y Cultura alimentaria.
Con muchos asientos vacíos recorrimos, a través de las palabras de Méndez, la historia de las publicaciones relacionadas con la culinaria. Así supimos sobre la Gastrosofía, el gusto por la cocina vinculado al arte y los sentimientos; y que el creador de la crítica gastronómica fue Jean Anthelme Brillat-Savarin con La fisiología del gusto, donde sostiene que la gastronomía es una ciencia.
Aterrizando en Cuba, mostró imágenes del Manual del cocinero cubano, publicado en 1914. Recalcó que antes de los 60 era común la divulgación de recetarios de cocina, casi todas las revistas –¿el machismo era peor que ahora?- incluían una sección destinada al público femenino. Luego de muchos años sin ver este tipo de libros–algunos dicen que era un tema tabú debido a las escaseces que vivíamos-, en la segunda mitad de la década del ‘90 volvieron a aparecer.
Hasta hace unos años, ser cocinero no era nada que inspirara gran respeto, sin embargo, a medida que el turismo se ha ido colando en la Isla y la gastronomía ha tomado categoría, los chefs –hombres y mujeres- han proliferado, y cada vez más personas se acercan a ese mundo.
Nadie recordó que el precio de la comida sigue subiendo, y que una cosa es la cocina de restaurantes y otra muy distinta la de la lucha diaria en la casa.
En ese mismo lugar, minutos después, dos chefs de una paladar privada de Jaimanitas, Santy Pescador, hicieron una demostración -con degustación incluida- de la comida japonesa que ofrecen a sus clientes. O sea, comedera en el ambiente y casi nadie se enteró.
Mientras todo eso acontecía en el interior de una sala, gran parte de la muchedumbre que asistió a la Feria el domingo 14 -Día de los Enamorados- se divertía afuera, exhibiendo corazones henchidos de aire, y flores de cualquier tipo: plásticas, naturales o de tela. Esperemos las estadísticas oficiales, pero ese día -aunque pocos compraron libros- no se podía dar un paso en La Cabaña.
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