Día de los padres en Cuba

Irina Echarry

El sábado entré a una tienda dispuesta a hacer una larga cola para adquirir un suplemento nutricional (que no sé por qué lo venden en la sección de Perfumería) y a los 20 minutos me fui con las manos vacías.  La cola no avanzaba, todas mujeres se detenían en cada pomo de colonia, desodorante o pañuelo; evaluando colores, olores y precio para efectuar la compra a los padres de la familia.

La acción tenía lugar en una tienda pequeña, sin aire acondicionado.  Los productos estaban lejos del alcance de la vista de la mayoría por lo que cada ciertos minutos alguien gritaba preguntando algún precio o por el contenido de uno de los frascos.

Además de los comentarios sobre la escasez de dinero y la obligatoriedad del regalo para que “fulano no se ponga bravo.”  La inconformidad reinaba.

El bullicio me atormentó y mientras me retiraba de la tienda hice un viaje a la infancia.

Sentada en el piso junto a mi hermano, con crayolas y acuarelas inventaba postales en las que escribía frases cariñosas.  Muchas veces mi madre contribuía con alguna foto que nos había tomado.  Cuando llegaba la mañana del tercer domingo de junio nos lanzábamos sobre la cama para despertarlo y hacerle cosquillas, como lo hacíamos cualquier día del año.  La felicidad de mi papá en esos momentos es un tesoro en mi memoria.  Nada se hablaba de dinero ni de compromiso.

Por eso al recordarlo aún puedo sentarme en sus piernas esperando que me saque caramelos de las orejas, o escribir con un lápiz con cabeza de papier maché que él mismo hacía. Lo veo dedicándole un cuento a mi hermano que no quería bañarse o sacando la mesa para el balcón porque “hoy vamos a comer fuera.”

Hace mucho que no creo en días señalados.  Soy de la opinión que cualquier momento es importante y que se puede reconocer a las personas amadas todos los días.  Pero el común de las persona no lo piensa así y determina fechas para celebrar a las madres, a los abuelos, a los niños etc.

Hoy es el día de los padres y, aunque el mío no me acompaña desde hace más de 20 años, me alegra que mis recuerdos no tengan la angustia del regalo obligado sino la alegría de compartir el amor que él mismo ayudó a sembrar.