De cómo nos morimos lentamente

Irina Echarry

Ilustración por Carlos

HAVANA TIMES — Amanece. Los efluvios del aceite requemado penetran en mi apartamento.  Mayra refríe las croquetas que quedaron de ayer. Por su carrito de frituras, pan con croquetas y cangrejitos rellenos de guayaba desfilan niños que, antes de llegar a la escuela, satisfacen sus antojos matutinos. Los adultos también se detienen a sofocar el hambre, a falta de un vaso de leche en sus casas.

Ella es una de esas mujeres luchadoras que trabajan desde que sale el sol, en la casa y en la calle, para garantizar algún confort a su familia. Para poder vender en su carrito azul y alimentar a sus hijos, compra aceite ya utilizado en algún paladar o cafetería, que es más barato, por eso el olor repulsivo en las mañanas, que invade la cuadra entera.

El olor es lo de menos. Por el carrito azul no pasa ningún inspector que supervise la elaboración de los alimentos. No se trata de uno que venga y revise la higiene del sitio, ella lo tiene impoluto, tampoco de que alguien pida un vale de la compra de los ingredientes que utiliza para confeccionar los productos y se conforme con una sonrisa, una jarana o una evasiva.

Se trata de mantener un control sobre la salud de los consumidores.

De todos los ministerios que hay en Cuba, si hacemos una lista de peor a mejor, el primero sería el de Salud Pública.

Fíjense que lo sitúo por delante del de Transporte, que mucha fama tiene de pésimo -y lo es-, y el de la Agricultura, que tanto se hace notar por sus deficiencias, o el de Educación, que en los últimos años ha venido depauperándose paulatinamente hasta caer en crisis.

Salud Pública encabeza la lista de los peores, porque se supone que entre sus deberes está la prevención de enfermedades, y esto se cumple solo a medias. A mí entender, no está bien enfocada su gestión. Gasta millones de pesos en los ciclos de fumigación y el pago a los inspectores de vectores y el dengue sigue haciendo de las suyas; demasiado bombo y platillo para las campañas contra el mosquito Aedes aegypti y las enfermedades que provoca, aunque luego en el Anuario Estadístico de Salud ni las menciona. Gasta en publicidad para las líneas de autoayuda contra las drogas, en clínicas de desintoxicación, en tratamientos para las enfermedades causadas por el tabaco y el alcohol, pero esas drogas nocivas no dejan de producirse y venderse en el país.

Mayra, como cualquiera de nosotros, debe tener algún familiar o vecino que ha recibido tratamiento en el hospital oncológico, a donde se destinan millones de dólares en tecnología de punta y sueros citostáticos. Sin embargo, ella contribuye a la proliferación del cáncer y otras enfermedades, y no lo sabe. Cuando alguien se lo dice, no lo cree: “Tú no vas a saber más que Salud Pública”, comenta.

Es lógica su respuesta, pero se equivoca. Salud Pública maneja muy bien la información sobre cualquier adelanto científico y, además, tiene excelentes investigadores.  Sin embargo, no siempre se pronuncia cuando debe hacerlo. Por ejemplo, calla sobre los descubrimientos que impactan en el mundo de la salud y que se enfocan en determinados alimentos y su incidencia en el auge de ciertos padecimientos.

Hace un año, la OMS, atendiendo al informe de su Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer, clasificó las carnes procesadas como cancerígenas para el ser humano. Todos sabemos que ese es el plato fuerte de la merienda escolar y muchos de nuestros hogares. Las salchichas o “perritos”, la jamonada, etc, son los productos más accesibles para los cubanos, por ende, no faltan en su dieta.

No se trata de alarmar, sino de informar debidamente. Es cierto que en Cuba hay pocas opciones, que los alimentos escasean y son caros, pero todavía no he visto ni escuchado ni leído alguna alerta del Ministerio de Salud Pública respecto al tema, al menos la alerta.

Con la apertura de los establecimientos por cuenta propia se ha disparado la posibilidad de enfermar, pues estos se unen a la negligencia estatal. No estoy satanizando a los vendedores, lo que pasa es que el Estado, al que tanto le gusta controlar, relaja la mano en los puntos más vulnerables. Es imprescindible que la población conozca los riesgos que enfrenta y pueda tomar sus propias decisiones.

El aceite refinado, sometido a altas temperaturas, produce radicales libres; estos causan daños a nivel celular, participan activamente en el proceso de envejecimiento de nuestras células, aumentan el riesgo de cáncer, trastornos cardíacos y problemas en el sistema inmunológico. A lo mejor Mayra, después de saber todo esto, decide seguir comprando el aceite usado para sus frituras, porque le da más ganancias, y esas personas que a diario consumen sus frituras, determinan pasar por alto el peligro y seguir comiéndolas.

Si el Estado y sus instituciones  (que son financiadas por todos nosotros) velaran realmente por nuestra salud, deberían informar e implantar medidas para regular esta práctica. Así, una población conocedora podría defenderse y ejercer alguna influencia en los que infringieran las leyes (incluyendo los establecimientos estatales), pero es una realidad la desprotección que padecemos, un círculo vicioso difícil de evadir.

Estoy segura de que existen en Cuba estudios e investigaciones sobre el tema que solo los científicos dominan. Eso sucede siempre, en cualquier sector. Lo que pasa es que este ministerio debe tener un soporte ético que no cumple, dejando a la población en total ignorancia y desamparo.

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