Cuba, las carnes procesadas y el cáncer

Irina Echarry

Según el nuevo informe, las carnes procesadas y el cigarro comparten la lista del Grupo 1, donde se clasifican como cancerígenos para el ser humano.

HAVANA TIMES — A finales del mes de octubre una noticia recorrió el mundo: la Organización Mundial de la Salud (OMS), teniendo en cuenta el informe de su Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer, clasificó las carnes procesadas como cancerígenas para el ser humano, y precisó que las carnes rojas probablemente también lo sean.

En Cuba, hasta donde sabemos, la información no ha sido publicada en la prensa escrita ni se ha dado a conocer por televisión; las dos vías que utiliza el pueblo para mantenerse al tanto de los nuevos acontecimientos. Casi nadie se ha enterado de que este tipo de carnes se asocian con una mayor incidencia del cáncer colorrectal, de estómago, entre otros. Por eso, muy pocos comentan la noticia en las calles y los que lo hacen se manifiestan de manera indiferente. “Todo da cáncer”, “de algo hay que morirse”, son las frases más comunes.

En un país donde la mayoría de las personas no tiene acceso a internet, solo la prensa digital se hizo eco de este importante suceso. ¿Cómo? De manera vaga, sin aterrizar en nuestra realidad cotidiana y pasando por alto las cantidades inmensas de carne procesada que ingiere el pueblo de Cuba. Las carnes rojas podrían preocuparnos un poco menos, pues los precios -en unos casos más que en otros- resultan prohibitivos o un lujo, lo que dificulta su inclusión en la comida diaria.

La actitud del Estado frente al avance del cáncer resulta contradictoria, gasta millones en adelantos biotecnológicos para su cura, y deja de lado la prevención. Otras enfermedades menos mortales reciben una atención excesiva. Cualquiera podría pensar que lo asumen como algo inevitable o solo curable con tratamientos sofisticados.

Si el Ministerio de Salud Pública no se pronuncia, no divulga la nueva investigación científica a través de los medios de prensa nacionales, y no implementa medidas, nadie hará conciencia del problema. La costumbre, las carencias y la falta de conocimientos no son buenas compañeras de viaje.

Ya sea en casa o en la escuela, nuestros adolescentes llevan años consumiendo los llamados perritos o salchichas y la insípida jamonada. Hay quienes no gustan de comer otras cosas, es difícil desacostumbrarse al plato que marcó tu vida durante los años de crecimiento. Para las madres cubanas conseguir un paquete de perritos es sinónimo de tranquilidad.

Gráficos: Erasmo Calzadilla

Cuando en 2002 comenzó la doble sesión en la secundaria básica, se implantó lo que se conoce como “la merienda escolar”, que consiste en pan con perritos o jamonada y yogurt de soya. O sea, gran parte de los jóvenes cubanos está recibiendo una carga importante de productos cancerígenos en su dieta escolar diaria, vía carne procesada y vía glifosato en el yogur de soya (que muy probablemente es transgénica).

Ahora, según el nuevo informe, se calcula que ingerir diariamente 50 gramos de carne procesada aumenta el riesgo de cáncer colorrectal en un 18 por ciento, siempre que el consumo sea continuo, durante años. La OMS, de acuerdo con estimaciones recientes del Proyecto sobre la Carga Global de Enfermedad (una organización de investigación académica independiente), también declara que cada año cerca de 34 000 muertes por cáncer, en todo el mundo, son atribuibles a dietas que contienen este tipo de carnes.

Es interesante notar que el cáncer intestinal, de estómago, y otros relacionados con las vías digestivas, no está aumentado entre los jóvenes cubanos; sí entre las personas de la tercera edad. Como sabemos, se trata de una enfermedad acumulativa; desde hace rato la tasa de mortalidad (de todas las edades) aumenta exponencialmente.

El año pasado el de intestino fue la segunda causa de muerte por cáncer en el país.

En Cuba, tanto las industrias estatales como las privadas, producen y venden de manera masiva las carnes procesadas; el Estado debe, al menos, informar a la población que las consume sobre las posibles consecuencias. El Ministerio de Salud Pública tiene la responsabilidad de alertar sobre el peligro o, de lo contrario, declarar (con argumentos sólidos) que no hay motivos para alarmarse.

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